A veces me paro a pensar en el papel que han jugado en mi vida… ¿Qué puedo decir?, el 90% ha sido bueno… Profesores, confesores, compañeros de clase, de trabajo y, sobre todo, amigos. El mejor de ellos solía decirme: “¡Madre mía, cuánto podría escribirse sobre los curas!” Es verdad. Yo lo hice desde el punto de vista histórico en una obra que luego editó la universidad pública. Pero hoy quería dedicar unas líneas a escribir sobre ellos, o para ellos, como cristiano y como hermano, y decir humildemente algunas cosas que pienso de su labor y de su futuro. Son unas reflexiones modestas sacadas de la experiencia.
Las numero.
1ª por favor, ¡aclaraos! Sí, es lo primero que diría: “hermanos, tenéis que aclararos”. Estuvieron bien los años del post-concilio, las etapas nuevas conllevan ilusión y no creo que fueran una catástrofe como dicen algunos. Lo que sí dejaron fue un tremendo relativismo. Hablando con muchos sacerdotes ya es difícil saber lo que está bien y lo que está mal (sobre todo desde el punto de vista moral). Y todavía resulta más difícil saber exactamente en qué consiste ser cristiano. ¿Acaso es “colaborar” mucho en la parroquia aunque uno no tenga en absoluto una vida espiritual? ¿consiste en ser una persona “maja”, aunque uno viva con su novia, o se haya divorciado? ¿se trata de cumplir todos los mandamientos, farisaicamente, sin tener el menor asomo de una relación personal y amorosa con el Señor? Por desgracia, yo veo cosas como esas muy frecuentemente. Sólo depende de “con quién des”, o en qué lugar caigas.
Me parece que, si el sacerdocio quiere seguir siendo de verdad un ministerio de unidad, tiene que presentar una imagen de la vida en Cristo unánime y coherente.
2º Tu parroquia no es tu reino. Un cura no es como un maestro (de los de antes), al que se le confía una vieja escuela unitaria para él solo. No se trata de un adulto entre niños, ni de un experto entre ignorantes. Hace unos días una comprometida (y curtida) catequista me decía: “En la parroquia X llevábamos desde hacía tiempo una serie de grupos de oración, al estilo Taizé, pero es que al cura nuevo no le gusta eso de Taizé, así que, al final todo se ha acabado”. Otra persona, militante desde hace más de 30 años, me respondía al preguntarle yo por su nuevo (y joven) cura: “Mira, como persona, es alguien perfectamente amable, pero cuando le da el pronto de >, las cosas se ponen muy difíciles”. Cuando escucho estas cosas, y estoy acostumbrado a ello, sigo quedándome perplejo. Supongo que no es fácil tratar con laicos mejor preparados, más maduros humanamente, o más santos; pero eso ya sucede a veces, y no invalida en absoluto el papel decisivo del sacerdote. Eso por un lado: en la dirección que vulgar y errónemente llamaríamos “hacia abajo”.
Pero es que “hacia arriba” sucede a veces lo mismo: a un amigo mío que en una ocasión afirmó que su ministerio no tenía sentido sin el del obispo, algunos compañeros le tildaban de “tonto útil”. Otro me comentaba una confidencia de su prelado quien le decía algo así como: “mira en tal zona no puede hacerse nada: quien verdaderamente manda es el cura de tal…” ¡Hombre, la parroquia no es un reino propio de su rector! En la misma línea de lo que venimos diciendo, no puedo entender que un párroco, o un grupo de ellos, decida vetar una realidad, como la Neocatecumenal o la Renovación Carismática, porque “no encaja dentro de su línea”, cuando por lo visto sí lo hacen en la “gran línea” de la Iglesia. Y con gran fruto.
3º Te necesitamos santo. Hermano, si no estás dispuesto a serlo, por el amor de Dios, no te ordenes. Y si lo has hecho ya, dedícate a ello como lo primero en tu vida, o dimite: si no entras, deja al menos entrar. Una de las cosas que más daño hace a la Iglesia de hoy sigue siendo el empeño del “hacer” sobre el del “ser”. ¡No necesitamos curas que hagan cosas! Necesitamos sacerdotes que amen a al Señor y que lleven a otros a Él: no hay nada más importante ni más urgente.
4º Tu ministerio sólo tiene verdadero sentido en una verdadera comunidad. El del presbítero es un ministerio entre otros, ordenados y laicales. Es una función para una comunidad, y, si no hay comunidad cristiana, entonces no habrá auténtico ministerio, así que si un cura llega a una parroquia y ésta no existe, lo primero que deberá hacer es crearla, teniendo en cuenta que sólo hay verdadera comunidad si hay creyentes maduros y formados. Si , por el contrario, se pone a hacerlo todo él, a dirigirlo todo él y a realizar actividades y más actividades con personas que apenas tienen un ligero barniz religioso, estas personas se irán yendo paulatinamente y, al cabo de unos años se encontrará frustrado y solo.
5ª Tu ministerio es fundamental. Daniel Ange comentaba en un apasionado libro el dolor que le producía ver curas dando clases de Economía Política, mientras suburbios enteros de Paris no habían visto jamás a uno de ellos. A mí también me produce horror: ¡hay tanto que hacer! ¡tanto que sanar, enseñar, reconciliar, llevar a Cristo! El ministerio del sacerdocio es demasiado grande como para que algunos no encuentren su identidad y lo desaprovechen… El que eso no ocurra es tarea de todos.
6ª Una petición para educadores. Modestamente creo que los Seminarios deberían ser lugares donde se enseñara a vivir en Comunidad y a crecer en santidad. Fundamentalmente. Y donde se efectuara un discernimiento psicológico y espiritual muy serio. Creo que deberían ser instituciones mucho más abiertas a la Iglesia en general donde los aspirantes al sacerdocio fueran educados desde una óptica “ministerial”, en contacto con laicos, matrimonios y niños, no desde una perspectiva de “casta” separada. Obviamente, esto dicho desde una óptica muy apresurada y (probablemente) demasiado esquemática. ¡En todo caso es un gran tema a desarrollar más extensamente!
Albert Camus decía: “Si Dios existe, ¡para qué los curas!”
¿Para qué?
¡Para que el rostro de Dios, las manos de Dios y, sobre todo, el amor de Dios puedan ser más visibles, más cercanos y más reales a los hombres que Él creó!
Ni más, ni menos.
Un abrazo.