La circuncisión es el símbolo de la alianza entre Yahveh y el pueblo judío:
 
            “Dijo Dios a Abraham: [...] ‘todos vuestros varones serán circuncidados. Os circuncidaréis la carne del prepucio y eso será la señal de la alianza entre yo y vosotros” (Gn. 17, 912).
 
            Y el momento de realizarla, un momento muy concreto y preciso que determina con toda exactitud el Libro del Génesis:
 
            “A los ocho días será circuncidado entre vosotros todo varón’” (Gn. 17, 12).
 
            Lo que no quiere decir que sólo el niño que nace judío haya de ser circuncidado. También cabe la circuncisión del adulto, necesaria en todo caso si a edad madura se pasa a engrosar las huestes de la religión judía:
 
            “Deben ser circuncidados el nacido en tu casa y el comprado con tu dinero” (Gn. 17, 13).
 
            La sanción del incircunciso, llamada karet, la prevé también el Génesis:
 
            “El varón a quien no se le circuncide la carne de su prepucio, ese tal será borrado de entre los suyos por haber violado mi alianza” (Gn. 17, 14).
 
            La operación de la circuncisión implica tres fases: primero, la milah, o ablación de la parte superior del prepucio; segundo, la peri’ah o descarnadura del pene; y tercero la metsitsah, o succión bucal de la herida con pretensiones higiénicas, actualmente sustituída por técnicas desinfectadoras más modernas.
 
            La circuncisión del niño judío es un acontecimiento de tipo festivo. Tradicionalmente tenía lugar en la sinagoga. Hoy día esto ocurre en rara ocasión. En el ámbito del judaísmo se debate sobre la circuncisión de prosélitos, y aunque generalmente es incuestionable, no por ello dejan de existir grupos en los que se ha optado por la no exigencia de la misma (v.gr., la comunidad judía liberal de los Estados Unidos).
 
            La circuncisión centró en el ámbito de la comunidad paleocristiana, un debate que en realidad, era más amplio, y versaba sobre la ruptura del mismo con el tronco común del judaísmo. Que la circuncisión hiciera girar en torno a sí debate tan enjundioso nos da cuenta, por otro lado, de la importancia de la práctica en cuestión en el ámbito del judaísmo.
 
            Dicho debate, producido en torno al año 49, es lo que se conoce como Concilio de Jerusalén, y se inicia cuando “algunos de la secta de los fariseos, que habían abrazado la fe, se levantaron para decir que era necesario circuncidar a los gentiles y mandarles guardar la Ley de Moisés. Se reunieron entonces los apóstoles y presbíteros para tratar este asunto” (Hch. 15, 5-6). En ese debate, Santiago, el líder de la comunidad cristiana de Jerusalén, abogará por no molestar a los gentiles (es decir transciende la discusión sobre la circuncisión de conversos, y se pronuncia a favor de no dedicar energías a la conversión de personas ajenas al judaísmo); mientras que Pedro, y sobre todo Pablo, abogarán por extender el mensaje de Jesús al mundo gentil, ajeno a la fe judaica, dando a entender con su defensa, que no debía exigirse a nadie la circuncisión para engrosar las filas de los seguidores del Nazareno.
 
            Esto es lo que sostiene Pablo sobre la circuncisión y lo que hace que, en definitiva, los cristianos excluyan la circuncisión entre las prácticas y creencias heredadas de su amplio legado judío:
 
            “Entonces, ¿esta dicha recae sólo sobre los circuncisos o también sobre los incircuncisos? Decimos, en efecto, que la fe de Abrahán le fue reputada como justicia. Y ¿cómo le fue reputada? ¿siendo él circunciso o antes de serlo? No siendo circunciso, sino antes; pues recibió la señal de la circuncisión como sello de la justicia de la fe que poseía siendo incircunciso. Así se convertía en padre de todos los creyentes incircuncisos, a fin de que la justicia les fuera igualmente imputada; y en padre también de los circuncisos que no se contentan con la circuncisión, sino que siguen además las huellas de la fe que tuvo nuestro padre Abrahán antes de la circuncisión” (Ro. 4, 912)
 
 
            ©L.A.
           
 
 
 
 
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