El informe del Pew Research Center es categórico. El centro de gravedad sociológico de los cristianos se ha desplazado en el último siglo hacia América y sobre todo hacia África. En 1910, los seguidores de Jesucristo que vivían en Europa representaban el 66 por 100 del total, mientras que hoy no llegan al 26 por 100. En ese mismo periodo de tiempo, sin embargo, los que vivían en América han pasado del 27 al 36 por 100. Aunque el mayor crecimiento ha tenido lugar en África, que de aportar hace un siglo un 1,4 por 100 al conjunto de la cristiandad, ahora suma casi el 24 y no tardará mucho en superar a Europa.

Son varias las causas de este desplazamiento sociológico y varias las consecuencias. No cabe duda de que el aumento demográfico de América y sobre todo de África ha sido decisivo; esas naciones no están castigadas por la plaga del aborto, valoran la familia y siguen considerando a los hijos como un don y no como un castigo. Pero eso solo no justifica por sí mismo lo sucedido. Benedicto XVI daba una pista en el mensaje a la Curia Romana pronunciado esta semana; se refería a su reciente viaje a Benin y elogiaba el ardor, el entusiasmo, la fe viva de los africanos; en medio de múltiples dificultades, encontraban en Cristo la fuerza para ser felices, tener esperanza y luchar por un futuro mejor. Ahí está, sin duda, la causa de todo. Y nosotros, en la vieja Europa, o recuperamos esa vitalidad o pasaremos a ser una reliquia, un recuerdo remoto de lo que un día fue y ya no es.

Las consecuencias son también lógicas e inevitables. Roma seguirá siendo Roma y allí estará siempre el Papa, como vicario de Cristo. Pero lo mismo que se pasó de un italiano a un polaco y ahora hay un alemán, hay que asumir que el próximo Papa o el siguiente será un americano o un africano. Y no sólo el Papa, sino también los más altos cargos de la Curia. Ésta ya no puede ser una "cosa nostra" italiana o, como mucho, europea. En una Iglesia donde hay más católicos brasileños que italianos, por ejemplo, es inevitable, es justo y es necesario que los que la dirigen sean de esas naciones emergentes, que aporten su vitalidad, su fe y también su modo de ver las cosas. No para cambiar la fe o la moral, sino para todo lo contrario: para enseñarnos que se puede ser felices con ese patrimonio espiritual y que no tenemos que avergonzarnos de ser seguidores de Cristo. Sus misioneros llenarán Europa y esto no sólo no debe avergonzarnos, sino que debemos agradecerlo pues tienen mucho que enseñarnos.

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