Esa noche oscura, ese no ver, esa alma que quiere vislumbrar por fin a Dios, y sin embargo no acaba de sentir nada. La aridez ocasional de la vida, la rutina, el día a día. Y esa esperanza que no sabe si espera, que se pone mustia. Ay, esa mirada del alma que busca a Dios por encima de todas las cosas, que indaga entre los defectos y la inercia, ese amor de Dios que la transporte a una perspectiva más alta y más nítida de la alegría y de la existencia. Noche, noche oscura. Esa noche donde poco a poco va naciendo el día, la luz, la belleza. Esa noche que esconde en sí la entraña más íntima de Dios, de su misericordia. Ese dolor y esa cruz que van purificando el alma, "en amores inflamada". La vida, ese camino y esas sombras, pero también ese amor que anhela, que confía, que lucha (aunque sea sin fuerzas). En medio de esa noche del alma (cuando parece que no hay remedio y que se apodera la tristeza) el corazón late con el latido de Cristo. Y el alma, a tientas quizá, se levanta, y clama enamorada. Y la noche da a luz, por fin, "amada en el Amado transformada