Como es menester en un día como hoy, toca felicitar la Navidad y desear que sea un tiempo santo, habitado por la presencia de Dios que nace en los corazones de sus fieles y viene a redimir el mundo.

Por simple que resulte, ¡qué difícil resulta a veces encontrar la sintonía con el tiempo litúrgico que vivimos!

No sé si serán las distracciones de esta sociedad banal y consumista, o las prisas de la vida en las que estamos imbuidos, o simplemente la terquedad de nuestros corazones y la incapacidad de ver más allá de lo que somos….pero qué difícil resulta sintonizar espiritualmente con la sencillez de Belén.

Para mí Belén es el modelo de corazón al que aspiro, un lugar que es el mejor porque es donde nace Dios, sin importar que sea una cuadra. Un lugar de abandono y confianza en la providencia divina, donde no falta de nada para nadie, pero también donde sólo el que se hace pequeño puede ver. Un lugar de confusión para los sabios, los orgullosos, los ricos y los poderosos de este mundo, que se revela en lo pequeño, lo no aparente y lo sencillo de la creación. Y lo más importante de todo, un lugar donde todos están invitados sin excluir absolutamente a nadie.

El misterio de la Navidad es un misterio de contradicción con los valores de este mundo, un lugar de encarnación del cristianismo auténtico, un lugar de lágrimas de gozo y cantos de alabanza al creador.

Tan hermoso y tan sutil, tan esencial e invisible a los ojos, que sólo lo conoce quien quiere, por más que sea una invitación universal a todos los que quieran escuchar la Buena Noticia.

¿Dónde queda la sintonía de este Belén tan hermoso entre tanto ajetreo “navideño” y celebración paganizada?

Pues donde sino en el corazón de cada fiel, en la intimidad de cada sagrario alumbrado por una velita, en la dulzura de tantas vidas que se entregan en la familia, en el trabajo, en la amistad, en la comunidad verdadera.

En Belén, en Palestina, ahora hay una iglesia, y en Belén está la Iglesia, y a ser eso, Belén, está llamada la Iglesia. Por eso la Navidad, como el niño que va a nacer, sigue viva entre nosotros, y por eso la rememoramos cada 24 y la actualizamos en la Eucaristía, haciendo de ella una verdadera Pascua, un paso del Señor por nuestras vidas.

La Iglesia puede ser Belén, y sólo lo será si cada uno de nosotros nos dejamos hacer, deponemos las armas de nuestra soberbia de vida y de nuestra autosuficiencia, nos vestimos de paja y calor de hogar y aspiramos sólo a enriquecernos con los bienes del Cielo.

Qué misterio todo esto, y qué difícil escribir ese Christmas perdido que todos los años queremos hacer a tiempo y que diga algo nuevo, que cambie vidas, que toque corazones, sin caer en los tópicos de una sociedad vacía de significado.

Niño JesúsPaz de Dios