¿Y qué somos? Pues fundamentalmente somos un trocito de Dios. El Padre nos hizo a su imagen y semejanza, y aunque quedó contento con todo lo que creó, nosotros somos sus criaturas predilectas. Dentro de mí, habita Dios. Y dentro de ti, también. En algunos corazones está muy escondido porque el pecado lo aparta, echándolo a un lado. Aun así, Él siempre nos espera, porque el Amor es paciente, y un buen Padre siempre espera la vuelta de su hijo descarriado.

 

Somos sagrarios de Dios. ¡Es impresionante! Casi me pongo de pie escribiendo estas palabras, me dan ganas incluso de ordenar mi mesa para que no vea tanto desorden. Dios está en mí… y en ti. Así que a ver si no lo olvido cuando me encuentre contigo en la calle. Si lo tengo presente, te amaré porque sí, porque le llevas dentro, porque Él te ama como me ama a mí… no saldrá una mala palabra de mí hacia ti, más bien una gran sonrisa y un enorme respeto. Tú lo llevas dentro de tu corazón. Y por eso, también a ti, yo te amo.

 

Y si algún día nos cruzamos, y tú estás enfadado o malhumorado o enfermo o triste, no olvidaré que Él te habita. Y pasaré por alto tu mal humor o tu enfado, te asistiré en tu dolor o te animaré con mi alegría. Y procuraré no olvidar que esa persona que piensa radicalmente diferente que yo, esa cuyos gustos me producen rechazo, esa a la que no comprendo, es también sagrario de Dios. No puedo evitar pensar que si todos fuésemos por la vida con esa actitud, las cosas serían muy distintas.

 

Te pido, Padre, que me hagas siempre consciente de que te llevo dentro, de que todos te llevamos dentro. Todos. Yo he decidido que quiero vivir como lo que soy: ¡un trocito de Dios!

 

Posdata:

 

EN LO QUE YO CREO

Dios es Amor.
Dios, ese Amor.
Sí, Dios: esencia 
de todo amor.