Es muy probable que el relato de la vocación de Moisés y la zarza ardiendo sea una de las historias bíblicas más conocidas y comentadas. Lo que voy a compartir contigo a continuación quizás no se corresponde con lo que habitualmente has escuchado o leído acerca de este pasaje de las Sagradas Escrituras.
A veces podemos mostrar un celo excesivo por presentar una imagen ideal o perfecta de todo lo que la Palabra de Dios nos revela acerca de la historia de la salvación; sin embargo, bien sabemos que la Biblia está llena de héroes imperfectos y que la salvación de Dios es para gente imperfecta como tú y como yo. El papa Francisco, en un lenguaje que no deja lugar a dudas, afirma que la Iglesia no es un club de gente guay ni perfecta sino un hospital para los enfermos.
Después de llamarle por su nombre, lo primero que el Señor le pide a Moisés es que se quite las sandalias porque está pisando terreno sagrado (Ex 3,4-5). Siempre necesitamos descalzarnos en este tipo de terreno, ya que se trata del lugar de la voluntad de Dios. Entrar en la voluntad de Dios supone pisar un lugar sagrado y por ello debemos descalzarnos; es decir, dejar atrás nuestros esquemas y nuestros planes.
En el diálogo entre Dios y Moisés después de la teofanía de la zarza, nos encontramos con algo muy interesante. A pesar de que el Señor le concede, uno tras uno, los medios con los que Moisés podrá llevar a cabo su misión, este hombre de Dios le presenta al Señor los cinco pretextos para la incredulidad:
- “¿Quién soy yo?” es el pretexto de la identidad propia, al que Dios responde prometiéndole su asistencia y protección (Ex 3,11-12)
- “¿Cuál es su nombre?” es el pretexto de la identidad divina, al que Dios responde descubriéndole su nombre (Ex 3,13-17)
- “¿Cómo me van a creer y escuchar?” es el pretexto de la falta de credibilidad y autoridad, al que Dios responde con el poder de obrar prodigios (Ex 4,1-9)
- “Soy torpe de boca y de lengua” es el pretexto de las limitaciones humanas, al que Dios responde con la promesa de su Espíritu (Ex 4,10-12)
- “Señor, envía a otro, a quien quieras” es el pretexto de los cobardes, al que Dios responde con indignación (Ex 4,13-15)
Las dudas y la incredulidad sabemos que no agradan a Dios, porque le atan las manos para llevar a cabo su propósito en nosotros y a través de nosotros. “Sin fe es imposible complacerlo” (Heb 11,6). El Evangelio nos dice que Jesús no pudo hacer milagros en Nazaret por su falta de fe (Mt 13,54-58); tampoco hará milagros en tu vida si permaneces en la incredulidad.
Moisés aprendió a pagar el precio de la incredulidad en su vida. El bastón que le acompañó y que el Señor usaría como medio para realizar prodigios en Egipto, dejó de ser el bastón de Moisés para convertirse en el bastón de Aarón (Ex 7,8-9). En el camino que Moisés emprendió a Egipto para liberar al pueblo de Israel, ocurre un incidente que resulta misterioso: el Señor salió a su encuentro con intención de matarlo (Ex 4,24). Sabemos también que Moisés tuvo que conformarse con ver la tierra prometida desde lejos, sin poder llegar a cruzar el Jordán y pisar ese tan anhelado suelo a causa de todas las infidelidades (Dt 32,48-52).
Nuestras infidelidades no pueden lograr que Dios deje de ser fiel, ya que no puede negarse a sí mismo (2 Tim 2,13). Tampoco impidieron que Moisés fuera considerado amigo de Dios con el que podía hablar cara a cara (Ex 33,11), cuyas palabras y obras han perdurado como testimonio perenne para el pueblo de Dios. Sin embargo, los pretextos para la incredulidad quizás sean los causantes de que no podamos alcanzar la tierra prometida, la culminación y el remate del propósito de Dios en nuestra vida.
Hace ya unos cuantos años que tomé la decisión de vivir por fe, sin medir demasiado ni analizar en exceso. Cuando has dado vueltas por el desierto durante demasiado tiempo, ya no puedes conformarte con ver las promesas desde lejos. Cada vez que vea al Señor en la zarza frente a mí y me pida algo, voy a obedecer. Es posible que pueda equivocarme y descubra que no fue Dios quien me enviaba; no obstante, prefiero fallar creyendo que era la voz del Señor que fallar por las dudas que paralizan. Muchas personas prefieren no hacer nada para no equivocarse, pero quien no arriesga siempre pierde porque le sobran pretextos para la incredulidad.
No se trata de negociar con Dios, se trata de obedecer en fe. Cuando Él te llama no te pregunta, te ordena. No se trata de obedecer para demostrarle algo a Él, es una oportunidad que te brinda para demostrarte quién es Él. Cuando le obedeces, tienes la autoridad para golpear las aguas con tu bastón y abrir el Jordán para cruzar al otro lado, al lugar de las promesas y del propósito de Dios para tu vida.
Desconozco lo que el Señor te está pidiendo, pero ahora es el momento de abandonar las excusas de incredulidad. Cuidado con la zarza, porque es el lugar sagrado de la voluntad de Dios. No puedes entrar como estás, necesitas descalzarte para entender que solo así tu corazón y tus pies estarán bien dispuestos para ser un agente de bendición y guiar a otros a la tierra prometida.
“¡Qué hermosos los pies de los que anuncian la Buena Noticia!” (Rom 10,15)
Ser fuerte y valiente es lo que el Señor le pidió a Josué, el sucesor de Moisés. Él debía cruzar el Jordán y llevar al pueblo de Israel a la tierra de Canaán. Hay que ser valiente para caminar en fe y fuerte para no bajar los brazos. De esta manera podemos comprender lo que Dios le dijo a Josué: “Os voy a dar toda la tierra en la que pongáis la planta de vuestros pies” (Jos 1,3). Para entrar en la tierra prometida ya no es suficiente con extender la mano para abrir el mar y cruzar por lo seco (Ex 14,21-22); es necesario poner la presencia de Dios en primer lugar para dar un paso al frente y mojarse los pies en el agua (Jos 3,14-16).
A veces tenemos el riesgo de alterar el orden de las cosas por nuestra falta de fe y pensar que, si veo la gloria de Dios primero, entonces podré creer para luego actuar. Pero es justamente al revés; en primer lugar, debo creer y actuar si quiero ver la gloria de Dios en mi vida (Jn 11,40). Cuidado con la zarza si no estás dispuesto a descalzarte para caminar en fe. No te prometo una vida tranquila pero sí una aventura apasionante, porque lo importante no es saber dónde te llevará sino con quién vas.
Fuente: kairosblog.evangelizacion.es