Fr. Pierbattista Pizzaballa, es un Custodio joven y dinámico. Ha sabido dar a la Custodia una presencia que combina lo tradicional, con las más modernas tecnologías de la información. El amor a la Tierra del Señor se puede cultivar a través de la estupenda web de la Custodia franciscana: http://www.custodia.org y los canales de video que se difunden a través de youtube.com.
Tomo algunos pasajes del Mensaje de Navidad, que se inicia con una cita evangélica muy apropiada:
«El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel». (Mt 13,44)
¿Cristo es el tesoro escondido?
Navidad es la historia de un Dios que vino a esconderse en un campo. Escondido, haciéndose pequeño, hijo de hombre, niño, como cualquier otro niño. Escondido, en su nacimiento silencioso, en Belén. Belén, pequeño pueblecito de una pequeña región, en los límites de un inmenso imperio, en una tierra que por aquel entonces, igual que hoy, no conocía la paz. Navidad es también la historia de tesoros y de campos, de hombres que encuentran el campo y el tesoro. A muchos, de hecho, les llega la noticia de que el tesoro... ¡está justamente allí, en aquel campo!
Pero, desgraciadamente, no todos los buscan, no todos lo encuentran, no todos dejan todo por tenerlo.
Para poseer el tesoro es necesario, primero, despojarse de todo. ¡Esta es la única manera! No basta con encontrar el tesoro, no basta saber dónde está.
Hay que jugarse la vida.
Las Escrituras son la historia de este tesoro escondido en el campo, que es el corazón del hombre.
En la sociedad agnóstica en que vivimos, es normal pensar que todo es resultado de la casualidad y hasta que quienes tienen una determinada fe, la tienen por simple casualidad. Pero fra Battista nos indica que esto no es así:
El tesoro no se encuentra por casualidad, no se posee solo la mitad. El tesoro está pintado con los colores fuertes de todo lo que es radical, absoluto. Se debe perder absolutamente todo para poseerlo. Quien ama, pierde todo. Porque amar significar perder todo, entregarlo todo.
El primero en asumir este riesgo fue precisamente Él, Jesús, escondido en el campo de Belén, con la esperanza de que todos le puedan encontrar. Él fue quien inauguró el camino de perder. Perdió todo y encontró al hombre; como el hombre que, al perder todo, encuentra a Dios.
Tener fe es para muchos una simple ideología o un conjunto de prejuicios. Pero la fe es algo más que todo esto:
Tener fe es arriesgarse a seguir el camino de quien, como Él, sabe olvidarse de sí mismo en favor del prójimo –sea quien sea- y sabe actuar en consecuencia: perdón, acogida, escucha, solidaridad...
Pero el amor de Cristo iba más allá de una postura receptiva. Cristo denunciaba y señalaba los errores en quienes tenía en torno suya. Amar no es desafecto y desdén. Amar es compromiso responsable.
Puede ocurrir –como, de hecho, ocurre- que desde fuera parezca que nada cambia, que la historia, y en particular la historia de nuestra Tierra Santa, siga siendo la misma realidad dramática que vemos y vivimos: odios, divisiones, miedos, sospechas, prejuicios, parálisis... Pero, en el interior, ¡todo cambia!
Cambia la forma de ver la vida, cambia el modo de vivir y, ¡afortunadamente!, vuelve la alegría a nuestras vidas, porque esta vida no es solo un campo, sino el campo que esconde el tesoro.
Nuestro deseo para esta Navidad es que lleguemos a ser personas capaces de perderse, en nuestra propia historia, buscando a Dios. Y, en nuestras ansias por Él, en el descubrimiento maravilloso de este tesoro está, realmente, el campo de la vida, nuestra vida y la de aquellos que nos rodean.
La vida en Tierra Santa es dura, ya que las tensiones entre los diferentes pueblos y religiones, llevan a la desesperanza con facilidad. Pero la búsqueda de Cristo es lo que nos permite romper el ciclo de la desesperación. La esperanza está en que cambie el interior de cada uno de nosotros. Con ese cambio, esa conversión, seremos capaces de ver con nuevos ojos a quienes tenemos delante nuestra.
Nuestra admiración por la Custodia franciscana. Que Dios bendiga a quienes tanto bien han hecho en la Tierra del Señor. Feliz Navidad a nuestros hermanos de Tierra Santa.