Hoy 12 de diciembre, se celebra la fiesta de la Virgen de Guadalupe, una misma advocación para dos devociones diferentes pero estrechamente vinculadas, como tendremos ocasión de ver mañana: la de la Virgen de Guadalupe de la extremeña ciudad de Guadalupe, patrona de Extremadura, cuya festividad se celebra el 8 de septiembre; y la de la Virgen de Guadalupe mejicana, patrona de América, cuya festividad celebramos tal día como hoy 12 de diciembre.
“La aparición de María al indio Juan Diego en la colina del Tepeyac, el año 1531, tuvo una repercusión decisiva para la evangelización. Este influjo va más allá de los confines de la nación mexicana, alcanzando todo el continente. Y América, que históricamente ha sido y es crisol de pueblos, ha reconocido «en el rostro mestizo de la Virgen del Tepeyac, en Santa María de Guadalupe, un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada». Por eso, no sólo en el centro y en el sur, sino también en el norte del continente, la Virgen de Guadalupe es venerada como Reina de toda América.
A lo largo del tiempo ha ido creciendo cada vez más en los pastores y fieles la conciencia del papel desarrollado por la Virgen en la evangelización del continente. En la oración compuesta para la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América, María Santísima de Guadalupe es invocada como «Patrona de toda América y Estrella de la primera y de la nueva evangelización». En este sentido, acojo gozoso la propuesta de los Padres sinodales de que el día 12 de diciembre se celebre en todo el Continente la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Madre y Evangelizadora de América”.
Una exhortación terminada con estas palabras: “¡Nuestra Señora de Guadalupe, Madre de América, ruega por nosotros!”, que no era, en modo alguno, nueva en boca de Juan Pablo II, quien el 27 de enero de 1979, en el que era el primer viaje de los ciento seis que realizaría a lo largo de su largo pontificado, ya había proclamado entusiasta en el mismo Méjico:
“¡Salve María! ¡Cuán profundo es mi gozo queridos hermanos en el episcopado y amadísimos hijos!, porque los primeros pasos de mi peregrinación como sucesor de Pablo VI y Juan Pablo I me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este Santuario del Pueblo de México y de toda América Latina, en la que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu maternidad”.
La proclamación del patronazgo americano de la Virgen de Guadalupe por el Papa Juan Pablo II no era sino la consumación de un largo proceso con muchos momentos importantes. Un proceso que, podemos afirmar, se inicia en 1754 con el Breve Non est equidem por el que el Papa Benedicto XIV proclama la festividad de la Virgen de Guadalupe en tal fecha como la de hoy y su patronazgo inicial sobre la nación mejicana.
Y si decimos inicial es porque a partir de ese momento, dicho patronazgo no hace otra cosa que crecer, tanto en intensidad como en extensión, a través de una serie de hitos. El primero de ellos, la solicitud del Concilio Plenario Latinoamericano celebrado en 1900 de extender la fiesta de la Virgen de Guadalupe a toda la América hispana. El 24 de agosto de 1910 el Papa Pío X declara a la Virgen de Guadalupe “celestial Patrona de la América Latina”. Un patronazgo que, el 16 de julio de 1935, amplía también a Filipinas el Papa San Pío X. Y que es el que Juan Pablo II, finalmente, extiende a toda América el 22 de enero de 1999 en el modo que hemos visto más arriba.
En primer lugar, la coronación de la Virgen de Guadalupe. En 1895, siendo papa León XIII, la Virgen de Guadalupe es coronada, homenaje que es culminado con la coronación pontificia en Roma por el Papa Pío XI el 10 de diciembre de 1933.
Y en segundo lugar, la elevación a los altares del indio al que se le apareció la Virgen, Juan Diego Cuauhtlatoatzin (a la izquierda, retratado por Miguel Cabrera) declarado beato por Juan Pablo II el 6 de mayo de 1990 en la Basílica de Guadalupe, y canonizado por el mismo papa y en la misma basílica el 31 de julio de 2002.
©L.A.
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