¿Quién ve y anuncia hoy los signos de nuestro tiempo? De vez en cuando se oye quien proclama que hay datos para afirmar que está ya próximo el fin. No sólo se trata de los milenaristas y catastrofistas apocalípticos varios, muchos de la "new age", basados en tal o cual calendario, numerología o superstición. Pocos, muy pocos, dicen que realmente el fin está en el límite de cada uno. Otros, quizá los menos, desconfían de toda cábala y se mantienen a la espera activa de la sorpresa de un Destino cierto, pero con hora nada segura.
Y el caso es que signos hay por doquier, unos más fiables que otros, que todo es limitado, finito y caduco. Es tiempo de discernimiento sosegado, contrastado, verificado, paciente, … sabio. De la misma forma que, con cierto yerro, somos capaces de pronosticar anticiclones y borrascas, se nos pide que veamos los signos del Orden Nuevo que viene, que ya está en parte entre nosotros. No hay que discurrir mucho para concluir eso, la verdad. La naturaleza cada vez se manifiesta más alterada y empecatada, tanto la instintiva como la, supuestamente, racional y civilizada.
Cada Adviento es ocasión propicia para ese trabajo que supone distinguir entre lo que permanece y lo que acaba, lo fiable y lo sospechoso, lo verdadero y lo sucedáneo,… porque es como el mejor colirio para los ojos reconocer que podemos pregustar la claridad de la Verdad, del Bien y de la Belleza en un solo punto, en una sola carne, en un solo Ser: Jesucristo, Dios hecho hombre para nuestra salvación.
Y aunque no le veamos con estos ojos mortales, nuestra fe los presta, espiritualmente, a aquellos que estuvieron con Él, que le anunciaron antes, que le vieron recién nacido, niño, joven adolescente y adulto. Nuestra fe acompaña a esos contemporáneos suyos que le esperaron y disfrutaron con Su Presencia.
Nosotros también, dentro de esa cadena de testigos, somos un eslabón más para confirmar a los que luego vendrán que merece la pena ver y anunciar el Reino, que nos movemos entre un cumplimiento y una espera, entre un “ya sí” y un “todavía no”, entre la resurrección de la Cabeza y la de los miembros de un mismo Cuerpo. Donde está el Cuerpo, donde está Él, ahí debemos estar nosotros sus miembros. Ése es el signo verdadero de todos los tiempos y su anuncio.
Todos los demás hitos de ese Camino, todas las demás señales o nos conducen a Él o nos pierden y alejan. No hay otro Nombre que nos sirva de Destino de salvación, no hay nadie más. O Jesucristo o la nada. Así de claro y sencillo hemos de decírselo a todos, siguiendo el ejemplo de Isaías, Elías, Juan el Bautista, María Su Madre, la Iglesia, los santos,...