Francisco de Jasso Azpilcueta Atondo y Aznares de Javier, generalmente conocido como Francisco Javier, nació el 7 de abril de 1506 en el castillo de Javier, cuyo nombre, igual que el de la familia, bien podría ser la latinización del vasco “echaberri”, casa nueva, como sostiene el biógrafo del santo el jesuita José María Recondo. Lo hace en una familia de alta alcurnia, ya que su padre Juan de Jasso, era presidente del Real Consejo del rey de Navarra Juan III de Albret.
Ocupada la Navarra cispirenaica por las tropas del Duque de Alba enviadas por Fernando el Católico en 1512, la familia de Francisco toma partido por la antigua dinastía, los Albret, participando en la contraofensiva que en 1521 ataca Pamplona, episodio bélico en el que se produce, precisamente, la lesión de Ignacio de Loyola que transformará la vida de éste, -e indirectamente la de Francisco- hasta convertirlo en el fundador de la Compañía de Jesús. La derrota de las tropas navarras para la familia de Javier tendrá como consecuencia el desmochamiento de su castillo por el Cardenal Cisneros.
Francisco Javier estudiará en la Sorbona en París, donde conoce a Ignacio de Loyola y a otros cinco compañeros, Pedro Fabro, Alfonso Salmerón, Diego Laínez, Nicolas Bobadilla y el portugués Simao Rodrigues, con los que formará la Compañía de Jesús fundada por aquél. Ordenado sacerdote en Venecia en 1537, en 1541 parte para Asia desde Lisboa, en calidad de legado pontificio en esas tierras de evangelización.
Francisco Javier recorrerá entonces las tierras más remotas en Africa y Asia: Mozambique, Melinde, Socotora, Goa, Tuticorrín, Trichendur, Manapar, Combuture, Molucas, en todas las cuales deja su sello en forma de incipientes y heroicas comunidades cristianas que aún perviven al día de hoy multiplicadas.
Un episodio de su vida que cito de memoria y ni decirles exactamente dónde ocurrió puedo, da carta cabal de la magnética personalidad del santo. Se trata de aquella ocasión en la que una serie de señores de la guerra le convocan a lo que no es sino una burda trampa para asesinarle, y él, consciente de la celada, no sólo no reniega de acudir a la cita, sino que en ella, lejos de atreverse nadie a ponerle una mano encima, produce, por el contrario, una de sus mejores cosechas de conversiones justamente entre aquellos que querían eliminarle.
Francisco Javier cruza también a la isla del Sol naciente, Japón, y aunque es verdad que otros portugueses la visitan en viajes comerciales antes que él, Francisco Javier es el primer occidental en hacerlo cuyo nombre conocemos en hacerlo, honor que le disputa un cierto Fernando Mendes, portugués que escribe unas Peregrinaciones cuya veracidad no está muy clara. Lo que a tantas otras facetas de S. Francisco Javier une también la no siempre suficientemente ponderada de explorador y descubridor.
De Japón, donde intenta sin conseguirlo visitar al rey para convertirlo, y donde deja también una incipiente comunidad católica, se vuelve a la India, y de ahí a la China, viaje que aunque inicia, no puede consumar por sorprenderle la muerte a la temprana edad de los 46 años un mal día 3 de diciembre de 1552.
Francisco Javier es autor de una extensísima obra epistolar que ha llegado a nuestros días, así como de un pequeño catecismo en 1542, el gran catecismo en 1546 y las Instrucciones para los catequistas de la Compañía de Jesús en 1545.
Francisco Javier será canonizado el 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV, el mismo día en que lo son Teresa de Jesús, Isidro Labrador, Ignacio de Loyola y Felipe Neri, ahí es nada. Se celebra su onomástica el 3 de diciembre, hoy cuando escribo, ayer cuando lo lean, día en el que quiero felicitar a todos cuantos portan su hermoso nombre de origen vasco. Francisco Javier es patrono de varios lugares del mundo, su Navarra natal por descontado, si bien, más allá de cualquier otro patronazgo, relumbra con luz especial el que ejerce sobre misiones y misioneros, nombramiento que debe al Papa Pío IX en 1927.
©L.A.
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