A lo largo de esta serie de artículos, que están a punto de concluir, nos hemos acercado con el corazón encogido pero llenos de devoción al espectáculo de las llamadas matanzas de Paracuellos que, como hemos recordado, fueron una serie de asesinatos masivos organizados durante la Batalla de Madrid, en el transcurso de la Guerra Civil Española, y que llevaron a la muerte a varios miles de prisioneros. Los hechos se desarrollaron en los parajes del arroyo de San José, en Paracuellos de Jarama, y en el del Soto de Aldovea, en el término municipal de Torrejón de Ardoz, lugares cercanos a la ciudad de Madrid. Las matanzas se realizaron aprovechando los traslados de presos de diversas cárceles madrileñas, conocidos popularmente como "sacas", llevados a cabo entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936.
Según la crónica ofrecida por la web del Obispado de Alcalá, en el Cementerio de los Mártires de Paracuellos reposan los restos mortales de centenares de religiosos pertenecientes, al menos, a veinte órdenes religiosas: Agustinos, Capuchinos, Carmelitas, Carmelitas Descalzos, Claretianos, Dominicos, Escolapios, Franciscanos, Hermanos de las Escuelas Cristianas, Hospitalarios de San Juan de Dios, Jerónimos, Jesuitas, Marianistas, Maristas, Misioneros Oblatos, Paúles, Pasionistas, Redentoristas, Sagrados Corazones de Jesús y María y Salesianos.
De entre los miles de seglares católicos, cuyos restos mortales descansan en ese mismo lugar, muchos pertenecían a asociaciones y movimientos apostólicos como Acción Católica, la Adoración Nocturna Española o las Congregaciones Vicencianas.
De entre estos religiosos ya han sido beatificados por el Papa Beato Juan Pablo II y por el Santo Padre Benedicto XVI 104 mártires: 63 religiosos Agustinos, 22 Hospitalarios de San Juan de Dios, 13 Dominicos y 6 Salesianos. Además, el próximo 17 de diciembre, a las 12:00 horas, en la Catedral de la Almudena de Madrid serán beatificados, Dios mediante, 22 Misioneros Oblatos, de los cuales 15 descansan en este mismo Cementerio.
Un lugar sagrado que hemos de mimar y cultivar
El post de esta mañana quiere mostraros el interior de la Capilla del Cementerio de los Mártires. Y, sobre todo, como decía Monseñor Reig el domingo pasado en Paracuellos, la obligación de reconocer públicamente la labor de la Hermandad de los Caídos de Paracuellos, conocida actualmente con el nombre de Asociación de Fieles "Hermandad de Nuestra Señora de los Mártires de Paracuellos” que depende del Obispado de Alcalá de Henares, por su empeño contra “viento y marea” por conservar este lugar.
En este enlace podéis ver las actividades que durante la pasada Jornada Mundial de la Juventud. El Obispo de Alcalá afirmaba en la misa anual celebrada el pasado domingo: “Me alegró muchísimo que en la Jornada Mundial de la Juventud vinieran aquí a Paracuellos jóvenes de España y de fuera de España, para conocer este lugar sagrado que nosotros hemos de mimar y hemos de cultivar”.
En la fotografía (bajo estas líneas) podéis observar cómo en la parte superior de cada una de las paredes hay una serie de placas conmemorativas con listados de nombres.
Se trata del reconocimiento que la Hermandad, en unión con cada una de las órdenes religiosas implicadas, ha tenido con los mártires ya beatificados colocando sus nombres en dichas placas: 104 nombres que, como ya se ha dicho, se elevarán a 119 con la beatificación del sábado 17 de diciembre de 2011. Podéis leer sus nombres en las fotografías que a continuación presentamos.
La homilía del Obispo de Alcalá de Henares
En la homilía Mons. Reig, tras saludar con gran afecto a todos los presentes, recordó cómo los beatos de Paracuellos fueron requeridos por la Divina Providencia para dar testimonio, hasta el martirio, como testigos de la Fe. Amaron y perdonaron a quienes les tenían por enemigos con la certeza de la vida eterna. Sabían que su muerte no sería en balde; a ellos, Dios los llevó a su presencia, pero su sangre también se constituyó en semilla de nuevos cristianos y oración por la Iglesia, oración por sus verdugos, oración por el perdón y la reconciliación, oración por la paz, oración por España.
“Queridos hermanos, podemos juntos hacer de este lugar un lugar de verdadera devoción, mucho más que cualquier espacio martirial del mundo. Si somos personas capaces de mirar con ojos de fe la realidad hermosa de lo que encierra este territorio, no podemos más que ponernos de rodillas todos y decirle al Señor: Se ha cumplido la palabra del profeta Isaías que acabamos de proclamar, se han abierto los cielos, se han desgarrado y ha descendido el Señor que ha hecho derretir los montes.
“Queridos hermanos, podemos juntos hacer de este lugar un lugar de verdadera devoción, mucho más que cualquier espacio martirial del mundo. Si somos personas capaces de mirar con ojos de fe la realidad hermosa de lo que encierra este territorio, no podemos más que ponernos de rodillas todos y decirle al Señor: Se ha cumplido la palabra del profeta Isaías que acabamos de proclamar, se han abierto los cielos, se han desgarrado y ha descendido el Señor que ha hecho derretir los montes.
La cruz que aquí anuncia el tesoro que custodia este cementerio es la lluvia que desde el cielo viene a reavivar nuestra fe, a derretir todos los prejuicios e ideologías, para que podamos contemplar la hermosura de lo que significa ser ganados por el amor de Dios, restablecer el corazón con todas las energías de la caridad, y morir, como testigos, confesando al único Señor, a aquel que confesamos en este tiempo que ahora iniciamos, preparatorio para la Navidad.
El Señor ha cumplido su palabra: los cielos se han abierto… Ha hecho descender sobre el Arroyo de San José de Paracuellos la lluvia de tantos testigos de la fe. Y ahora es preciso que nosotros, juntos todos, recojamos el torrente de este río que nace desde aquí, para que ellos sean honrados como se merecen y nosotros, a través de ellos, podamos continuar el seguimiento de Jesucristo con un corazón cargado de esperanza, asombrados ante el altar de Nuestro Señor, asombrados de lo que es capaz de hacer, de alegría para que en estos momentos difíciles por los cuales está atravesando España nosotros seamos los continuadores de aquellos que por el nombre de Cristo y por su reinado entregaron su vida de la manera más inocente. ¿Habrá, queridos hermanos, mejor modo de celebrar el Adviento?
El Señor ha cumplido su palabra: los cielos se han abierto… Ha hecho descender sobre el Arroyo de San José de Paracuellos la lluvia de tantos testigos de la fe. Y ahora es preciso que nosotros, juntos todos, recojamos el torrente de este río que nace desde aquí, para que ellos sean honrados como se merecen y nosotros, a través de ellos, podamos continuar el seguimiento de Jesucristo con un corazón cargado de esperanza, asombrados ante el altar de Nuestro Señor, asombrados de lo que es capaz de hacer, de alegría para que en estos momentos difíciles por los cuales está atravesando España nosotros seamos los continuadores de aquellos que por el nombre de Cristo y por su reinado entregaron su vida de la manera más inocente. ¿Habrá, queridos hermanos, mejor modo de celebrar el Adviento?
Dice el texto de Isaías: “Dios sale al encuentro de aquel que camina con justicia”. Así caminaron nuestros hermanos, no hicieron nada… Todavía en estas últimas semanas se han descubierto, aquí en este cementerio, rosarios que ellos llevaban en sus manos a la hora del martirio. No hicieron nada, fueron simplemente engañados, fueron traídos a este sitio. Pero Dios estaba preparando aquí una revolución de amor, una hermosura de testimonio de fe, un caudal hermoso y un manantial inagotable que embellece lo que es el modo de seguir a Jesucristo en estas tierras de España, que abarcan no solo nuestra diócesis de Alcalá: ochos obispados tienen aquí religiosos y laicos enterrados. Tantas órdenes religiosas y tantos jóvenes y niños, ahora mismo son los que están gritando al Señor: “Muéstranos tu misericordia, haz llover sobre España toda la grandeza de lo que este pueblo ha sido, regado con la sangre de mártires, de testigos de la fe. Y concédenos en este momento la misma fidelidad que ellos tuvieron”. Son momentos en que estamos más distraídos, nos ocupan tantas cosas que posiblemente, queridos hermanos, olvidemos la fidelidad.
Nosotros no somos para la muerte, somos para la vida. Y solo la muerte es la posibilidad de acceder a contemplar toda la hermosura de Dios. Por eso ellos no miraban con miedo a la muerte, porque iban repitiendo las palabras del salmo: “Tu gracia vale más que la vida”. Este olvido de Dios que tanto nos recuerda el papa Benedicto XVI es la muerte del hombre. Y por eso lo que necesita la Iglesia en España y en todo el mundo son santos, focos de luz en la noche, puntos luminosos de fe que puedan alentarnos en el caminar de nuestra vida, como en la noche la luz del faro es suficiente para orientar la navegación. España necesita la luz potente de los santos que brillaban en todo su esplendor en el siglo de oro español, que brillaron en el siglo XIX con tantos iniciadores de congregaciones y continúan ahora siendo testigos de luz con tantos testigos de la fe de aquellos hermanos nuestros que dieron la vida por Jesús.
Se ha rasgado el cielo y la lluvia del Señor ha derretido estos montes y aquí está el tesoro más grande, martirialmente hablando, de España. Y nosotros... ¿qué hemos de hacer nosotros? ¿No vamos a custodiar con amor este tesoro? ¿No vamos a ser los pregoneros de la esperanza para España? ¿No vamos a ser nosotros aquellos que anuncien con convicción -porque habéis sido heridas y golpeadas muchas familias-, que la gran palabra cristiana es la reconciliación? ¿No vamos entre todos a ser capaces de que este lugar sea un lugar de peregrinación constante? ¿De que nuestros niños, nuestros adolescentes, nuestros jóvenes se abran verdaderamente a la esperanza porque contemplan a aquellos héroes que no tuvieron miedo a la muerte, que miraron con ojos de piedad a sus verdugos, que nos han dado la lección más grande para nuestra fe y continúan sembrando de hermosura nuestra tierra de España? Esta es la gran lección de Paracuellos. Este es el gran tesoro que hemos de custodiar entre nosotros.
“El Señor los sometió a prueba”, decía la carta a los Corintios. El Señor los puso a prueba y ellos dieron el testimonio de la fe. ¿De dónde sacaban ellos la fuerza? Del mismo lugar de donde la podemos sacar nosotros: de la oración constante, sin tregua -así oran los santos-; de la frecuencia de los sacramentos y de la purificación del corazón. ¡Qué hermoso sería -qué poco agradecidos a nuestros mártires somos en este sentido-, poder contemplar en las obras de arte, en el cine, en tantas posibles creaciones del espíritu humano, cómo se confesaban en las cárceles, cómo se apoyaban los unos a los otros, cómo se estimulaban cuando, llevados en camiones, aquí en la oscuridad de la noche, unos a otros se abrazaban y unos a otros se animaban para poder llegar al momento de la prueba suprema de dar la vida por Jesucristo! ¡Si fuéramos capaces de contemplar tanta hermosura! Si fuéramos pueblo agradecido al Señor, no tendríamos que poner en marcha tantas y tantas iniciativas para crear en España un verdadero tiempo de Adviento. Porque el Señor sale al encuentro de aquellos que caminan con justicia. Y así hemos de ser nosotros, continuando el mismo trabajo de ellos. Hemos de ser, como decía Juan Pablo II a los jóvenes, “centinelas del mañana”. Hemos de vigilarnos, decía el Evangelio, para saber descifrar en los acontecimientos de la vida las llamadas que el Señor nos hace, para poder comprender que detrás de todo lo que nos sucede está la mano del Señor, la mano providente. Y aquí de manera particular. No hay nada, queridos hermanos, que suceda en nuestras vidas que esté al margen de la Providencia de Dios. Vosotros, los familiares y tantas personas que estáis aquí, tenéis que estar contentos, tenéis que estar agradecidos. Habéis recibido la herida, pero mirad el rostro ensangrentado del Señor, el primero de los mártires, y veréis cuán privilegiados sois, cómo ha visitado el Señor vuestra casa, cómo os ha engrandecido con el testimonio de la fe de vuestros padres, de vuestros abuelos, de vuestros parientes.
Hoy es un día que el Señor ha querido además que amanezca con el sol pleno, hoy es un día de justicia. Porque la justicia de Dios es el Cielo, no lo olvidéis, queridos hermanos. La justicia de Dios es el Cielo. No deseamos otra cosa nosotros que poder contemplar el rostro de Dios. El camino más corto es el martirio, y el camino para cada uno solo Dios lo sabe. Pero ellos y nosotros somos peregrinos vigilantes, que queremos divisar con nuestros ojos la hermosura del rostro de Dios. Vuestros familiares, queridos amigos, lo alcanzaron de la manera más pronta, más rápida; dramáticamente, pero el Señor estaba detrás, se les abrían las puertas de los Cielos, podían contemplar por toda la eternidad, gozosa y dichosamente, la hermosura del rostro de Dios.
Se ha rasgado el cielo y la lluvia del Señor ha derretido estos montes y aquí está el tesoro más grande, martirialmente hablando, de España. Y nosotros... ¿qué hemos de hacer nosotros? ¿No vamos a custodiar con amor este tesoro? ¿No vamos a ser los pregoneros de la esperanza para España? ¿No vamos a ser nosotros aquellos que anuncien con convicción -porque habéis sido heridas y golpeadas muchas familias-, que la gran palabra cristiana es la reconciliación? ¿No vamos entre todos a ser capaces de que este lugar sea un lugar de peregrinación constante? ¿De que nuestros niños, nuestros adolescentes, nuestros jóvenes se abran verdaderamente a la esperanza porque contemplan a aquellos héroes que no tuvieron miedo a la muerte, que miraron con ojos de piedad a sus verdugos, que nos han dado la lección más grande para nuestra fe y continúan sembrando de hermosura nuestra tierra de España? Esta es la gran lección de Paracuellos. Este es el gran tesoro que hemos de custodiar entre nosotros.
“El Señor los sometió a prueba”, decía la carta a los Corintios. El Señor los puso a prueba y ellos dieron el testimonio de la fe. ¿De dónde sacaban ellos la fuerza? Del mismo lugar de donde la podemos sacar nosotros: de la oración constante, sin tregua -así oran los santos-; de la frecuencia de los sacramentos y de la purificación del corazón. ¡Qué hermoso sería -qué poco agradecidos a nuestros mártires somos en este sentido-, poder contemplar en las obras de arte, en el cine, en tantas posibles creaciones del espíritu humano, cómo se confesaban en las cárceles, cómo se apoyaban los unos a los otros, cómo se estimulaban cuando, llevados en camiones, aquí en la oscuridad de la noche, unos a otros se abrazaban y unos a otros se animaban para poder llegar al momento de la prueba suprema de dar la vida por Jesucristo! ¡Si fuéramos capaces de contemplar tanta hermosura! Si fuéramos pueblo agradecido al Señor, no tendríamos que poner en marcha tantas y tantas iniciativas para crear en España un verdadero tiempo de Adviento. Porque el Señor sale al encuentro de aquellos que caminan con justicia. Y así hemos de ser nosotros, continuando el mismo trabajo de ellos. Hemos de ser, como decía Juan Pablo II a los jóvenes, “centinelas del mañana”. Hemos de vigilarnos, decía el Evangelio, para saber descifrar en los acontecimientos de la vida las llamadas que el Señor nos hace, para poder comprender que detrás de todo lo que nos sucede está la mano del Señor, la mano providente. Y aquí de manera particular. No hay nada, queridos hermanos, que suceda en nuestras vidas que esté al margen de la Providencia de Dios. Vosotros, los familiares y tantas personas que estáis aquí, tenéis que estar contentos, tenéis que estar agradecidos. Habéis recibido la herida, pero mirad el rostro ensangrentado del Señor, el primero de los mártires, y veréis cuán privilegiados sois, cómo ha visitado el Señor vuestra casa, cómo os ha engrandecido con el testimonio de la fe de vuestros padres, de vuestros abuelos, de vuestros parientes.
Hoy es un día que el Señor ha querido además que amanezca con el sol pleno, hoy es un día de justicia. Porque la justicia de Dios es el Cielo, no lo olvidéis, queridos hermanos. La justicia de Dios es el Cielo. No deseamos otra cosa nosotros que poder contemplar el rostro de Dios. El camino más corto es el martirio, y el camino para cada uno solo Dios lo sabe. Pero ellos y nosotros somos peregrinos vigilantes, que queremos divisar con nuestros ojos la hermosura del rostro de Dios. Vuestros familiares, queridos amigos, lo alcanzaron de la manera más pronta, más rápida; dramáticamente, pero el Señor estaba detrás, se les abrían las puertas de los Cielos, podían contemplar por toda la eternidad, gozosa y dichosamente, la hermosura del rostro de Dios.
Éste es el déficit más grande que tiene España, éste es el déficit más grande que tiene Occidente: sin Dios no vamos a ninguna parte. El horizonte simplemente es la muerte. Con Dios caminamos con esperanza; es más, el sufrimiento, así nos lo recuerda Benedicto XVI, es el mejor taller donde nos ejercitamos en la tensión de la gran esperanza, no de las esperanzas que hoy son y mañana se desvanecen, sino en el taller donde se cultiva, donde se va construyendo por la gracia de Dios, la gran esperanza del cielo. Este es un lugar, pues, de justicia.
Cementerio sabéis que significa dormición; este es un lugar donde nuestros hermanos están dormidos, esperando ser convocados el día de la resurrección, para que con el cuerpo glorioso, con la luz de la gloria puedan contemplar eternamente el rostro de Dios y su belleza.
Vengamos, pues, aquí y provoquemos que vengan aquí a ser educados los niños, a ser educados los adolescentes y los jóvenes. Me alegró muchísimo que en la Jornada Mundial de la Juventud vinieran aquí a Paracuellos jóvenes de España y de fuera de España, para conocer este lugar sagrado que nosotros hemos de mimar y hemos de cultivar. ¿No os habéis dado cuenta, queridos hermanos, que Madrid para todo el mundo en la Jornada Mundial de la Juventud ha puesto en evidencia que hay otro modo de vivir, que hay otra juventud que es distinta, que, alcanzado su corazón por la fe en Jesucristo, es capaz de vivir dándole el corazón al único Rey al que hemos proclamado la semana pasada Rey del Universo, y descansar en Él con toda la felicidad, con todas las dificultades que tienen hoy nuestros jóvenes? Pues si ellos han sido centinelas del mañana y nos han dado a nosotros el mejor obsequio que podían dar a España y al mundo, que es verles juntos con esa alegría que despierta la fe, nosotros, los adultos, los que tenemos responsabilidades de gobierno en las órdenes religiosas y congregaciones, el propio Obispo, y todos los que estáis aquí, vamos a pedirle al Señor que este sea un verdadero Adviento de esperanza para España.
Vengamos, pues, aquí y provoquemos que vengan aquí a ser educados los niños, a ser educados los adolescentes y los jóvenes. Me alegró muchísimo que en la Jornada Mundial de la Juventud vinieran aquí a Paracuellos jóvenes de España y de fuera de España, para conocer este lugar sagrado que nosotros hemos de mimar y hemos de cultivar. ¿No os habéis dado cuenta, queridos hermanos, que Madrid para todo el mundo en la Jornada Mundial de la Juventud ha puesto en evidencia que hay otro modo de vivir, que hay otra juventud que es distinta, que, alcanzado su corazón por la fe en Jesucristo, es capaz de vivir dándole el corazón al único Rey al que hemos proclamado la semana pasada Rey del Universo, y descansar en Él con toda la felicidad, con todas las dificultades que tienen hoy nuestros jóvenes? Pues si ellos han sido centinelas del mañana y nos han dado a nosotros el mejor obsequio que podían dar a España y al mundo, que es verles juntos con esa alegría que despierta la fe, nosotros, los adultos, los que tenemos responsabilidades de gobierno en las órdenes religiosas y congregaciones, el propio Obispo, y todos los que estáis aquí, vamos a pedirle al Señor que este sea un verdadero Adviento de esperanza para España.
España sin la fe no es lo mismo. España sin lo que nos ha legado la tradición de los mayores, las familias cristianas, los santos religiosos, las vírgenes, los sacerdotes santos y mártires, tantos y tantos laicos entregados a Cristo, no es lo mismo. Sin Dios el hombre va a la ruina. Pidámosle, pues, al Señor que estos santos testigos de la fe, todos aquellos que están esperando el reconocimiento de la Iglesia, nos ayuden en este momento. Eso sí, que nadie se vaya esta mañana sin la certeza en el corazón de que Dios es el tesoro escondido, es la perla preciosa; que tú eres amado infinitamente por Dios, que Dios no hace nunca mal las cosas y que todas las cosas suceden bien para todos aquellos que aman al Señor. Sólo Él lo sabe; es más, sólo Él del mal puede sacar bien. Estemos, pues, agradecidos, estemos contentos. Y ojalá el Señor nos regale a todos la gracia de salir esta mañana del templo más esperanzados y dispuestos a ayudarnos los unos a los otros para hacer de este lugar lo que se merece. Dispuestos, eso sí, a curtir nuestra esperanza en el taller del sufrimiento. No hay nada, queridos hermanos, no hay nada en este mundo que podamos nosotros alcanzar y que sea un gran logro del espíritu que no pase por la cruz y por el sufrimiento; pero esto es el signo del Señor y nosotros somos seguidores de Aquel que nos dice: “quien quiera seguirme, renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”.
Que Nuestra Señora la Virgen de los Mártires, que estuvo al pie de la Cruz, aquella que con el rosario alentó a tantos hermanos nuestros que fueron aquí muertos, Ella misma inspire a esta Asociación Pública de fieles todo el cariño, el respeto, el amor y la fidelidad necesaria, para que junto con todos nosotros hagamos de este lugar un lugar de Adviento, de esperanza, con el convencimiento y la certeza de que el amor de Dios no nos va a faltar jamás.
El enlace de la noticia completa en la web del Obispado de Alcalá:
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Que Nuestra Señora la Virgen de los Mártires, que estuvo al pie de la Cruz, aquella que con el rosario alentó a tantos hermanos nuestros que fueron aquí muertos, Ella misma inspire a esta Asociación Pública de fieles todo el cariño, el respeto, el amor y la fidelidad necesaria, para que junto con todos nosotros hagamos de este lugar un lugar de Adviento, de esperanza, con el convencimiento y la certeza de que el amor de Dios no nos va a faltar jamás.
El enlace de la noticia completa en la web del Obispado de Alcalá:
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