Sabido es que en nuestra vida espiritual (por sintetizar) debemos llevar a cabo dos tareas: corregir nuestros defectos y aumentar nuestras cualidades.
Pues bien, me cuento entre los convencidos de que puestos a perfeccionarse (que es de lo que se trata) tan importante es lo uno, como lo otro. Y equiparo ambas tareas porque me da a mí que con demasiada frecuencia nos centramos en lo primero (corregir defectos) y olvidamos lo segundo (potenciar cualidades), sobre todo cuando no se trata de uno mismo, sino del prójimo… más próximo.
Para que esto que digo no se quede en una generalidad voy un poco más allá en la afirmación y me propongo en las siguientes líneas demostrarles “empíricamente” un curioso fenómeno que nos lleva a pensar que el elogio puede llegar a ser en ocasiones un medio más eficaz y provechoso (no digamos gratificante) que la mera corrección.
Imagine usted mismo un caso con un buen amigo suyo (llamémosle, por ejemplo, Evaristo). Pues bien, supongamos que Evaristo llega impuntual a una cita ¡veinte minutos!, transcurridos los cuales, aparece de repente con cara de circunstancia.
Ante este hecho usted puede reaccionar de dos formas:
Opción 1ª.- Le dice : “¡Desde luego, Evaristo! Vaya tela el rato que me has hecho esperar... ¡¡Llegas veinte minutos tarde!! … te crees que puedes hacer perder el tiempo a la gente porque sí… soy un hombre ocupado, no me sobra el tiempo...”
Opción 2ª.- Le dice : “¡Hombre Evaristo… por fin!… empezaba a preocuparme porque con lo puntual que sueles ser siempre ya venía pensando que te habría pasado algo grave.”
La pregunta es: ¿Cuál de los dos “evaristos” pondrá mayor interés la próxima vez en ser puntual?
Que la respuesta sea la segunda (que en mi opinión lo es) muestra gráficamente que transmitir nuestra consideración positiva hacia un amigo (elogio implícito) genera en él una actitud más potente que mostrarle sin más mi juicio negativo o reproche a su conducta.
Este fenómeno, conocido como “efecto Pigmalión”, pone de manifiesto lo importante que es transmitir en todo momento juicios elogiosos (reales) hacia una persona, pues la expectativa que mostramos hacia ella actúa de potente generador de este tipo de conducta.
Y además funciona.
Porthos