He leído y releído, una de las cartas del P. Félix de Jesús Rougier, que más me ha llamado la atención, encontrando una frase, capaz de resumir el sentido y trascendencia del proyecto que trae consigo la Espiritualidad de la Cruz, en la vida de cada persona: “El arquitecto es Él”. En otras palabras, “nosotros somos los constructores”, pues, junto con Cristo, estamos dispuestos a cambiar el rumbo de la historia, a través del amor, invirtiendo el tiempo y, con ello, la misma vida, en una causa que nunca estará fuera de lugar, ya que lo que nos mueve, es conseguir el rescate de la humanidad del propio ser humano. Ahora bien, no vamos por cuenta propia, como un grupo de constructores desorganizados, sino acompañados por el arquitecto, es decir, aquel que conoce los planos necesarios para poder llevar a cabo la obra.
El gran edificio que pretendemos construir, significa todo un proceso de humanización, el cual, a su vez, nos pide que empecemos por nosotros mismos, descubriendo el lado humano de nuestra persona, es decir, buscando lo que es realmente auténtico, pues vivimos tiempos de confusión, ya que no sabemos quiénes somos en realidad. La pregunta es, ¿qué hay detrás de la máscara que nos hemos puesto? La sociedad, se parece a una fiesta de disfraces, en la cual, resulta imposible distinguir quién es quién, pues como personas, directa o indirectamente, hemos dejado a un lado lo que nos identifica, para caer en una imagen prefabricada, es decir, llena de apariencias y complejos. Necesitamos humanizarnos, para poder humanizar, pues esto lo que nos pide Jesús, como el arquitecto de un proyecto sin precedentes.
Una vez que descubrimos la verdad, acerca de nuestra propia persona, es decir, reconocernos tal y como somos, sin pretender llenar las expectativas que nos han sido impuestas, podemos ser los fundamentos del edificio inmenso, es decir, humanizar, a través de la propia vida, pues si bien es cierto que las palabras vienen y van, dependiendo de quien sea el orador o conferencista, las acciones permanecen para siempre, sobre todo, cuando se hacen con fe.
Construir, a través del amor, es arriesgarse, pero sabiendo que vale la pena. Todo lo que hagamos, siguiendo las instrucciones del arquitecto, es decir, desde organizar un grupo juvenil, hasta fundar una universidad católica, tendrá que llevar el sello de la audacia, pues de otra manera, no se puede seguir a Jesús. Sólo siendo audaces en nuestros proyectos, podremos ser fieles, hasta construir, desde lo que somos, la “civilización del amor” (Pablo VI).