Cada año el 13 de diciembre, los ciegos recuerdan a Santa Lucía, como su patrona. Ahora los ciegos tienen más cercano en el tiempo, a otro ciego en los altares.
Además este ciego fue miembro de la ONCE: la organización nacional de ciegos españoles. Lolo, el Beato Manuel Lozano Garrido, recibió el carnet de afiliado nº 21004, con fecha 20 de junio 1964. Allí mismo consta que “elevada pensión a 0 pesetas”. Sin embargo la ONCE le ‘gratificó’ a Lolo de otra manera: lector empedernido como él era, ya podría -cuando perdió la vista-, aprovechar esa gran ventaja que ofrecía el Libro hablado. Y agradecido, manifestó ese sentimiento suyo en este artículo en el diario ‘Jaén’, justamente el 15 de diciembre de 1964, unas horas después del día de Sta. Lucía.
Ahora, en fecha muy reciente, el 3 de diciembre, se ha celebrado el día del discapacitado. Con todo respeto y con inmenso cariño, (Lolo era totalmente paralítico y totalmente invidente o ciego), he de decir una palabra a todos los que, como él, en este aspecto de su cuerpo, ciego y sin movimiento, se parecen más o menos a él en la discapacidad.
Esta es esa palabra: os presentó una figura que supo hacer de su vida un servicio continuo a los demás; que supo vivir superando dificultades; que un día escribió “De profesión, inválido”, porque así se lo certificaron en el carnet por el que lo daban de baja del cuartel; pero que desde ese momento sin embargo se convirtió en alguien útil, valiente y animoso, más aún de cuanto lo era antes de ese momento.
Quedé aquí constancia del homenaje que Lolo rindió a la Once con su pluma.
El ciego y la cultura
Manuel Lozano Garrido
Diario “Jaén”, 15 diciembre 1964
Estoy sentado a la mesa camilla, al lado de la ventana, por donde entra la diáfana, tibia y equilibrada luz de una mañana de invierno. En mi cuarto no hay nadie, pero una voz armoniosa, grata y sugerente se va creciendo por todos los ámbitos de la habitación. Yo no hablo; escucho. Él lo dice todo y lo que dice está poblado de nobles ideas, de imágenes definitivamente interesantes. Pongo oído y la escucho:
-“Era una vez un viejo en una barca que pescaba en medio del Gulf Etream. Durante ochenta y cuatro días no había pescado un pez…”
Un rato antes la voz dijo también:
-“El viejo y el mar”, novela, por Ernest Hemingway”.
La voz, claro, es la de un magnetófono, pero un magnetófono de singulares características. Lo que sobre la mesa tengo es nada menos que un “Libro Hablado”, esa genial invención que se acerca rutilando al mundo de los ciegos, como un astro rey de civilización y de cultura.
Cuando escribo ahora, mis ojos llevan ya tres años entoldados por la noche de la ceguera. Hay situaciones en las que el conflicto y la lucha se acentúan porque la vista venía ocupando el lugar de privilegio en la vida de ese hombre. Leer es un alimento cotidiano tan fundamental como el pan o el manjar que llega a nuestra mesa cada día. Prescindir así de los libros y de las noticias duele tanto como una mutilación. De aquí, hoy, mi alegría por este reencuentro con un paraíso que se había dormido a lo largo de tres años.
Pero el “Libro Hablado” va mucho más allá de la alegría de un profesional de la pluma. Esa ancha y pacífica legión de los blancos bastones, que son los ciegos, tienen en él un instrumento de elevación, del que hasta ahora nunca disponían.
Hoy en día se habla mucho del término “promoción”. Se dice de promociones económicas, sociales, técnicas, etc. Pienso que, el “Libro Hablado” bien puede entrar dentro de esa formidable promoción humana de los hombres privados de vista que, desde hace casi treinta años viene realizando de Ciegos. Gracias a ello, el invidente no es sólo un hombre socialmente rehabilitado que se desenvuelve sin complejos en medio de la sociedad, sino que empieza a auparse sobre la muralla de las tinieblas para irse haciendo, sin limitación, de todos los matices de la cultura. Hoy mismo no hay ya una sola provincia, cuando menos que no disponga de uno de esos focos auditivos de cultura que son los “Libros Hablados”. Como en mi caso, los libros grabados entran en la esfera particular y al ciego le es posible, sin más que solicitarlo, pasar unas horas escuchando la lectura de una obra formativa o de novela desde la propia mesita de noche a la par que lía un cigarrillo.
Tengo ante mí un primer catálogo de grabaciones que ha puesto en circulación el servicio del “Libro Hablado”. La selección, el conjunto y la amplitud se bastan para despertar el entusiasmo del más pequeño aficionado a la cultura. 264 títulos de obras se distribuyen en secciones de tanto interés como la novela y cuento, la espiritualidad, el ensayo, la divulgación científica, el teatro, el humor, la aventura, la orientación juvenil, los viajes y biografías. Impresiona el espíritu de descubrir todos los ángulos del interés de los lectores con que se ha hecho el catálogo. Al lado de los grandes clásicos como Homero, Esquilo y Sófocles, uno puede encontrar a esa última hora de la literatura que son los premios “Nadal” o “Planeta”, Carmen Laforet, Miguel Delibes, Emilio Romero, Elena Quiroga, etc. Al lado de una “Iliada”, no es difícil hallar novelas policiacas de Agatha Christie o Edgar Walface, teatro de Ionescu, un libro sobre “Maravillas del instinto en los animales”, el juvenil “Libro de las tierras vírgenes” y “Las aventuras de Matonkiki” o una alentadora “Vida” de Santa Teresa.
Todo es singular en este formidable “Libro Hablado”, como singular ha de ser también el bagaje cultural con que se ha de enriquecer la persona que tenga al lado una fragua poderosa de espiritualidad y de conocimientos.
El “Libro Hablado” no es ningún privilegio. Lo pueden solicitar todos los miembros de , sin otra exigencia posterior que el casi imperceptible interés de 50 pesetas mensuales. Un servicio regular abastece constantemente de lectura al magnetófono. Basta decir que cada envío supone 21 horas de lectura lo que engloba dos y hasta tres obras completas de extensión normal, sin mutilaciones. Un manejo fácil allana toda clase de inconveniente; el invidente, con su nuevo y formidable amigo, que es a la par el más eficiente de los consejeros, el más abnegado de los maestros y el más sano, alegre y eficaz elemento de distracción.
En mi habitación suena de nuevo esa voz que empieza a ser tan grata y querida:
-“…El viejo había enseñado a pescar al chico y el chico quería al viejo…”