Acostumbrados a cargar siempre con el sambenito de todos los males del mundo, a los curas nos han dado un respiro los de la Universidad de Chicago. En la lista de los hombres más felices del mundo nos han colocado a nosotros los primeros tras un amplio estudio realizado en Estado Unidos. Y tienen razón. Yo al menos hablo por experiencia mía y de mis compañeros.
Un día el Señor me llamó al sacerdocio cuando terminaba el bachillerato superior y estaba a punto de elegir carrera. Lo vi claro y ya empecé a sentirme feliz. Los siete años de Seminario, a pesar de la tremenda convulsión que supuso en la Iglesia el posconcilio, fueron muy gratificantes. Nuestro seminario era un caserón del siglo XVI que reunía las condiciones mínimas para albergar a más de cien seminaristas. Los primeros años vivíamos en la más absoluta austeridad. Sin comodidades de ningún tipo. Sin prensa, ni radio, ni mucho menos televisión que estaba “inventándose” en España en los años sesenta. La única diversión: el paseo, el deporte en campo ajeno, la conversación amistosa… Poca cosa, pero felices.
En los tiempos de Seminario descubrí un modo alegre de ser sacerdote con la ayuda de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz fundada por San Josemaría Escrivá, pensando en los sacerdotes seculares. De la mano de esta institución llegué felizmente al sacerdocio. Y cogido de la misma mano sigo viviendo feliz mi sacerdocio.
Todo ello no quiere decir que los sacerdotes no tengamos problemas y pasemos momentos duros. Nuestra misión es muy delicada, y la vivimos a la intemperie, en medio de la calle. Somos el blanco de muchas miradas que nos acechan, no siempre con buena voluntad. En España ha estado muy arraigado un anticlericalismo muy “clerical”. Se ha estado muy pendiente del cura para lo bueno, y más para lo malo. Y se han utilizado todos los medios para ridiculizarnos: cine, prensa, radio, televisión, teatro… Cuando en España ruedan y proyectan una película de curas hay que echarse a temblar. Y no digamos de ciertos programas de televisión que se regodean echando basuras contra todo lo que suene a Iglesia. Una excepción la viví este domingo al ver la excelente película “La guerra de Dios” en el programa de Intereconomía “Lágrimas en la lluvia”. Un sacerdote que fue feliz ganándose a un pueblo fuertemente conflictivo.
Estamos contentos, somos felices. Los mártires que fueron eliminados en nuestra guerra civil, murieron perdonando y felices por dar la vida por Cristo. Los que han quemado su vida sacerdotal ejerciendo en pueblos perdidos de cualquier zona de España o de Misión, han sido felices celebrando cada día la Misa y atendiendo a sus feligreses, muchas veces escasos. Los que ejercen su ministerio en las grandes urbes descristianizadas sufren la indiferencia y el abandono de la práctica religiosa, pero son felices. Me contaba hace muy poco un amigo sacerdote de Barcelona que la directora de un colegio de su parroquia no le dejó entrar a dar un aviso a los alumnos, porque ella no podía permitir en su escuela propaganda de un “poder” extranjero y de una Iglesia pederasta. Estas experiencias producen dolor, pero en la oración silenciosa Dios te llena de alegría por haber sufrido un poco por El.
Muchos curas han sido, o son, víctimas de gente sin escrúpulos que explotan su “soledad” para ganarse un poco de afecto y traerlo a su terreno. Para mujeres sin conciencia el cura ha sido un “buen partido”, y el demonio se aprovecha de ello. Son casos aislados que confirman la regla de la felicidad que produce el celibato por el Reino de los Cielos.
En estos momentos hay falta de vocaciones, pero por otro lado estamos experimentando un resurgir de jóvenes, muchos de ellos con carreras terminadas y con trabajo, que optan por el sacerdocio. Son vocaciones ya probadas por la vida, y que saben a lo que se comprometen. Y en muchos Seminarios, como en el de mi Diócesis de Cartagena (España), hay una pléyade de seminaristas mayores que se sienten muy felices esperando con ansias el sacerdocio. El Cardenal Piacenza, Prefecto de la Congregación del Clero, en una conferencia a seminaristas de estados Unidos, decía recientemente: “¡La Iglesia tiene necesidad de hombres fuertes! De hombres firmes en la fe, capaces de conducir a los humanos a una auténtica experiencia de Dios. La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes que, en las tempestades de la cultura dominante, cuando “la barca de no poco hermanos es combatida por las olas del relativismo”(J. Ratzinger), sepan, en efectiva comunión con Pedro, tener firme el timón de la propia existencia, de las comunidades que les han sido confiadas y de los hermanos que piden luz y ayuda para su camino de fe”. Esta es nuestra misión y nuestra alegría.
En definitiva, que sí, que somos felices porque Dios nos ha llamado a servir en donde la Iglesia nos necesite, y que estamos contentos porque una Universidad haya constatado esta realidad. Si este dato sirve para que algunos vean el sacerdocio con más simpatía y aprovechen nuestro ministerio de santificación, bien venido sea. Digan lo que digan, intentaremos siempre gozar con alegría de nuestro misión, tratando de hacer la vida feliz a los demás.
Juan García Inza