Cuanto mayor es la conciencia de pertenencia a algo grande tanto más se hace necesario vivir en la verdad de todo cuanto uno manifiesta y es junto con otros.
Desde la sinceridad del corazón uno no acepta que lo más grande perezca. Que los más familiares, amigos y conocidos, sobre todo, vivan proyectos sin sentido, o sean truncados bruscamente, por sus limitaciones, naturales o impuestas a sí mismos.
Y es que estamos hechos, nuestra vida ha sido creada, para algo, es decir, para Alguien, que nos trasciende plenamente. Toda nuestra existencia es una preparación para volver a Sus manos de nuevo. A las manos de nuestro alfarero, al abrazo de Quien se conoce mejor que nadie nuestro origen, allí en lo oscuro de un vientre materno, allí en el desarrollo (para algunos más inconsciente que otros) de la historia de nuestra salvación con Él, es decir, de nuestra vida aquí en la tierra.
¿Dónde podemos verificar que puede haber esperanza de plenitud de aquél deseo tan grande que todos tenemos (unos más en el fondo que otros) de trascender, de dejar huella, de que todo no acabe debajo de una losa, quizá con una cruz encima también,… de vivir para siempre? Sólo en Jesucristo. Y algunos a los que conocemos dicen rechazarle cuando se lo van a encontrar en algunos años más.
¡Qué mejor que ir cobrando mayor confianza ya con el modelo que fuimos formados, con el Hijo que permitió nuestra adopción por el Padre Bueno, con nuestro Destino, sentido de la vida y esperanza nuestra! ¿De dónde tanto temor y desasosiego si Él se reveló del todo y sigue comunicándose, dándonos descanso de espíritu, luz a nuestra razón y paz a nuestro corazón? Si no lo hemos descubierto del todo aún en su plenitud, lo intuimos, y si no lo hemos llegado a intuir, si incluso no lo hemos llegado a pregustar, abramos más la puerta de la disponibilidad de nuestra naturaleza a Su Gracia.
¿Qué podemos hacer para que Él haga renacer nuestra conciencia y voluntad de seguirle con más energía, dejando nuestros cansancios y quejas a un lado? Su Rostro está presente al lado nuestro, en el de las personas, imagen y semejanza suyas, que le siguen, que nos recuerdan que sigue vivo y actuando.
Esperando activamente Su venida, confiando que no sólo es inevitable, sino pidiendo que venga Su Reino ya sobre mí, sobre ti. Ésa es nuestra tarea aquí. Y eso, si sabemos vivirlo bien en comunidad de fe, nos llena siempre de una profunda felicidad, que nos prepara para la eterna. Confiemos más y mejor en Él, que ésa sin duda es la clave. Oremos por ello cada día. Por nosotros y por todos, que nos va la vida en ello.