Con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo se cierra el Año Litúrgico en el que se han celebrado todos los misterios de la vida del Señor. Ahora se presenta a nuestra consideración a Cristo glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Como creador, heredero y conquistador, Cristo es Rey; así lo confiesa Él mismo ante Pilato: “Tú lo dices: yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37).

Cristo es rey pero no sólo de cada uno en su vida personal, sino también en su vida social. Es el rey de los individuos, de las familias y de las naciones.
 
Sin embargo, en la mayoría de ellas no se le conoce y en otras está positivamente proscrito. Los hombres le han destronado: su imagen ha sido arrancada de los lugares públicos y se pretende arrancarla también de los corazones. “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lc 19, 14). Desde Adán hasta nuestros días, éste ha sido muchas veces el grito insensato de la humanidad que rehúsa someterse al yugo suavísimo de este rey renovando así el “non serviam - No serviré” de Satanás.

También nuestra Patria que durante siglos hizo del estandarte de la Cruz su propia bandera, se ha sumado en los últimos tiempos a esta rebeldía infame. Con independencia de formas políticas concretas, éste es el significado último del proceso histórico en que España vive en estos últimos años y que tiene su manifestación más expresiva en una Constitución que, como la actualmente vigente prescindió de toda referencia a Dios en el ordenamiento jurídico español y en la inspiración cristiana de la sociedad.

Con la iniciativa y colaboración de unos gobernantes que, además, infringían juramentos sagrados, y con la pasividad o complicidad de buena parte de nuestros compatriotas y de la inmensa mayoría de la jerarquía eclesiástica, se consagraba así en el orden institucional la famosa afirmación de Azaña en 1931: “España ha dejado de ser católica”.

Y como consecuencia de todos aquellos desvaríos vino poco después:

— El aborto, que reclama como un derecho de los adultos el poder disponer de la vida de los no-nacidos.

— El divorcio y otros ataques a la esencia del matrimonio y la familia que ha quedado así reducida a la más provisional de las aventuras.

— La agresión a deberes y derechos primordiales en el campo espiritual y educativo; como si pudiera reclamarse libertad ilimitada para difundir en la calle, desde la Televisión o incluso en las escuelas, toda clase de influjos inmorales, antirreligiosos y pornográficos.

— La llegada al poder o a los órganos de representación, de opciones políticas que pretenden construir la sociedad prescindiendo de Dios y privando así a la sociedad de las motivaciones superiores que son la única garantía de la dignidad de la persona y el único fundamento de los derechos y los deberes.

Qué contraste entre los cristianos de hoy y aquéllos que dieron su vida ante todo por una afirmación del Reinado social y eterno de Jesucristo, especialmente en la persecución religiosa de de 19311939. Muchos de ellos murieron gritando ¡Viva Cristo Rey! como su última jaculatoria. Proclamación, rubricada con su propia sangre, de la realeza y soberanía de Jesucristo sobre los individuos, las familias y las naciones. Ellos sabían que el hombre es portador de valores eternos, envoltura corporal de un alma que puede condenarse o salvarse y por eso, a la salvación de las almas, lo subordinaron todo.

Cristo rey de los mártires, Cristo reinando desde la Cruz. Ese es el modelo al que hemos de ajustar los cristianos. Cristo tiene que reinar y, para ello, hemos de someternos cada día con más perfección a su soberanía de Jesucristo, procurando personalmente que nuestra conducta se ajuste a los mandamientos de la Ley de Dios y, socialmente, debemos esforzarnos por reivindicar todos los derechos de Cristo y de su Iglesia en las leyes y en la vida pública y hacer todo lo que esté en nuestras manos para “asegurar la supremacía de ciertos valores morales que condicionan por voluntad de Dios el ejercicio de la soberanía, a los que todo sistema de participación debe subordinarse y a los que la autoridad social debe servir y tutelar por encima de las variables corrientes de opinión” (Mons. Guerra Campos).

Para hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez a Nuestra Señora la Inmaculada Virgen María. Que Ella apresure lo que pedimos cada día en el padre nuestro: «adveniat regnum tuumvenga a nosotros tu reino».

Que Cristo reine sobre nuestras almas, sobre nuestras familias, sobre nuestra Patria —en la que prometió reinar con más veneración que en otras partes— y sobre todos los hombres reunidos en su Santa Iglesia.