Acabo de leer la noticia de Pablo Ginés sobre los tres  fundadores de la Bienaventuranzas y confieso que todavía estoy en estado de shock.

En ella se nos habla entre otros  de Phillippe Madre, y como le conocí personalmente y me tocó estar en la entrevista que menciona Pablo haciendo de traductor, me ha venido a la mente una anécdota que nos contó en la misma.

Madre, médico generalista que no sé por qué acabó con fama de psiquiatra sin serlo (y así nos lo aclaró en aquel encuentro) relataba cómo había sido testigo de numerosas curaciones milagrosas y cómo el Señor le había usado para levantar a un paralítico en una Misa el cual se echó a caminar.

Mi reflexión, sin entrar en lo que haya hecho o dejado de hacer porque lo desconozco, es que si una persona hoy puede ser usada por el Señor para hacer maravillas, y al día siguiente acabar haciendo cualquier disparate, nadie está libre de pecado ni de caer en la tentación por santo que sea.

Y la verdad, esto da vértigo, tanto como el que debieron sentir aquellos que escucharon a Jesús decir aquello de:

Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les diré: Apartaos de mí, no os conozco, agentes de iniquidad.”(Mateo 7,22-23)  

Sabemos que somos pecadores, y la tentación está a la orden del día, pero qué desconcertante resulta constatar que personas de relevancia pública eclesial y obras con vastos frutos, puedan pegarse un batacazo tan grande, habiendo estado tan alto.

Al final lo único que nos queda es agarrarnos a los pequeños detalles, siendo fieles en lo poco, haciendo examen de conciencia, llorando nuestras faltas en la confesión, y rezando una y mil veces el Padrenuestro para que el Señor no nos deje caer en la tentación.

Y aquí llega la gran pregunta que todos nos hacemos alguna vez cuando tenemos que recoger los platos rotos de nuestro pecado: ¿en la tentación se cae porque nosotros nos dejamos, o porque Dios nos deja a ella?

Si no hubiera conocido a tal persona, si no se me hubiera presentado aquella oportunidad de pecar, si Dios no me hubiera hecho con este defecto…en el fondo es el grito rebelde de nuestra carne pecadora que busca responsabilizar a Dios de la enfermedad de nuestro corazón, pero también es el llanto del niño que no quería hacer el mal y no supo dejar de hacerlo…

Casos como el de las Bienaventuranzas debieran recordarnos a todos que estamos en la picota, y que el diablo ronda por ahí, acusándonos constantemente ante Dios, ante los demás y ante nuestra propia conciencia.

Y todo esto nos debiera llevar a dos actitudes: humildad en lo que se refiere a mí mismo, y misericordia para el que cae. La justicia y el juicio corresponden a Dios, y a quienes tienen la responsabilidad del rebaño (los pastores) o de la sociedad (los jueces).

A mí personalmente todo esto me pone cara a cara con el misterio de nuestra libertad conjugado con el de la elección de Dios y la frágil materia concupiscible de la que estamos hechos por causa del fomes pecati.

Y para ser sinceros, me da escalofríos, porque como a ellos, me puede pasar a mi mañana, y le puede pasar a mi hermano de comunidad, y a mis familiares, y a mis pastores…aquí no se libra nadie.

Hace poco me comentaba Josué Fonseca como precisamente en Francia, Jean Vanier, fundador de la comunidad El Arca, organizaba una reunión periódica con los líderes de las grandes comunidades francesas en la que sólo estaba permitido hablar de los fracasos y pobrezas de cada cual.  La razón era que los éxitos ya los daba por supuestos, lo que necesitaban aquellos hombres era airear la porquería que todos llevamos dentro.

Estoy seguro de que alguno de los tristemente protagonistas de la noticia con la que abría el post acudieron a esas reuniones. En ellas oyeron las admoniciones de un experimentado batallador que sabía bien de su propia miseria y quería que a ellos no se les subiera el éxito a la cabeza.

Hoy nos toca rezar por ellos haciendo de paso examen de conciencia y de intenciones propias, para pedir a Dios fervientemente que no nos deje caer en la tentación, ni la del pecado ni la de creernos mejores que ellos.

Afortunadamente la respuesta de Dios es siempre la misma: donde hay pecado sobreabunda la gracia y siempre hay lugar para la humildad, el perdón, y la compunción que nos llevan a dolernos de nuestras faltas por haber ofendido a Dios.

Gracias a Dios que  Él es quien siempre edifica, consuela, reconstruye y no se cansa de llamar a nuestra puerta para darnos otra oportunidad.

Con un Dios así, hay esperanza, y no tenemos que desanimarnos ni desilusionarnos con la Iglesia porque a fin de cuentas pecadores somos, y ya contaba Él con ello cuando nos redimió.