Cristo quería la unidad de los suyos. Pero la ambición y soberbia de los hombres ha sido causa de muchas divisiones en la Iglesia. Es posible que algunos empezaran de buena fe, pero nunca se puede justificar el oponerse al Papa infalible.

Ya en el primer milenio, entre otras pequeñas herejías sobresalieron las de Arrio y Nestorio que fueron refutadas en la Concilios de Constantinopla y Éfeso.

En el segundo milenio Focio y Cerulario fueron causa de la separación de la Iglesia Oriental de Roma, pues había rivalidad entre las dos capitales de oriente y occidente.

Más tarde fue Lutero que se separó de la Iglesia y fue apoyado por varios príncipes alemanes que vieron en el protestantismo el modo de independizarse del católico rey de España.

Aunque Lutero tenía razón en censurar algunos defectos de la Iglesia de su tiempo, no tuvo razón en romper con ella, pues un buen hijo no se va de su casa aunque encuentre defectos en su madre.

Otros santos reformadores lo hicieron mejor. Los protestantes se fueron subdividiendo y hoy hay más de mil denominaciones protestantes.

Notable fue la separación de la Iglesia Católica de Enrique VIII de Inglaterra que rompió con Roma porque el Papa no aprobó su adulterio con Ana Bolena.

En el tercer milenio también la Iglesia está dividida.
Unos por la derecha, como los lefevrianos, y otros por la izquierda como los católicos simpatizantes del marxismo.
Últimamente la Iglesia Católica está haciendo grandes esfuerzos por la unidad.

Contactos con los lefevrianos, con los ortodoxos, con los luteranos, con los anglicanos, y hasta con Hans Küng.
Pero para llegar a la unidad es necesario una buena voluntad por las dos partes.

Pidamos a Dios que esta unidad llegue a ser realidad para que se cumpla la voluntad de Jesucristo.

Y hoy en la Iglesia Católica hay distintas tendencias, pero la caridad supera todas las diferencias.

JORGE LORING, S.I.
jorgeloring@gmail.com
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