Voy por una autopista y hay un atasco tremendo. El conductor de al lado pierde los papeles: comienza a pitar y a golpear el volante. Obviamente pienso: “vaya tipejo más violento e impaciente. Menos mal que no es mi compañero de trabajo, como se enfada por nada”. Y lo pienso con razón: al fin y al cabo la gente no va por ahí golpeando las cosas por nimiedades como un atasco.
Estos ejemplos ilustran un gran error que cometemos al juzgar. Valoramos las acciones de los demás como actos de su personalidad, infravalorando la situación en la que ocurren, mientras que para nuestras acciones tomamos totalmente en cuenta la situación para darle justificación.
Por supuesto esto es un error, un sesgo cognitivo. La forma correcta de juzgar al hombre enfadado del atasco hubiese sido pensar: “Este hombre debe haber tenido un día muy complicado” o “Seguro que tiene prisa para llegar a algo importantísimo, y el atasco se lo impide”, ya que esa es la forma que uso para juzgarme a mí mismo.
Es verdad que no sé si la otra persona ha tenido un mal día, pero tomar en cuenta esta desviación a la hora de pensar sobre los demás me llevará más cerca de la verdad en la mayoría de los casos. Como dice el Evangelio: “haz a los demás lo que quieres que hagan contigo” Pruébelo y se sorprenderá.
D’Artagnan
Nota: el nombre “técnico” de este efecto es “sesgo de correspondencia”.
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