Y el Señor, buscando a su obrero en la multitud del pueblo a la que clama, dice una vez más: «¿Quién es el hombre que quiere la vida y desea ver días buenos?» [Sal 34(33),13; cf. 1Pe 3,1012; Mt 20,116]. Si tú,  al oírlo respondes: «Yo», Dios te dice: «"Si quieres tener vida verdadera y perpetua, aparta tu lengua del mal y no hablen tus labios el engaño; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela" [Sal 34(33), 1415]. Y cuando hayáis hecho esto, mis ojos estarán sobre vosotros y mis oídos hacia vuestras peticiones, y antes de que me invoquéis, os diré [cf. Sal 34(33), 16; Is 58,9: 65,24]: "Aquí estoy" [Is 58,9]». ¿Qué hay para nosotros, hermanos carísimos, más dulce que esta voz del Señor que nos invita? He aquí al Señor, en su paternal ternura, mostrándonos el camino de la vida [cf. Sal 16(15), 11; Prov 6,23; Jer 21,8]. Ciñéndonos, pues, nuestros lomos con la fe o, si se quiere, con la observancia de las buenas obras, sigamos sus caminos conducidos por el Evangelio para que merezcamos ver a Aquél que nos ha llamado a su Reino [cf. Lc 12,35; Ef 6,14; 1Tes 2,12] (RB Pról. 14-21).

¿Quién presta atención a lo que está diciendo el maestro-padre? ¿Quién es el lector de la Regla? Son muchos los intereses que pueden conducirnos a ella, pero no todos serán los lectores auténticos de la misma. ¿Quienes son estos?

 

Desde el primer momento, S. Benito ha dado por supuesto que el lector-oyente es alguien que siendo cristiano ha decidido seguir al Señor en profundidad. Transcurridos ya unos párrafos parece llegar el momento de verificar si es esto así o no.

 

El lector auténtico no es aquél que ha tomado la iniciativa, no es alguien en quien la escucha de la Regla haya nacido de su propio amor, querer e interés. El verdadero oyente ha respondido, la iniciativa ha sido de Dios. Como  el propietario de la parábola que sale a buscar jornaleros, así nos lo presenta S. Benito (cf. Mt 20,1). Su voz se dirige a la multitud, a todos, pero busca un obrero; busca muchos, pues abundante es la mies, pero es tan personalizada la llamada que es como si buscara a uno.

 

Y una vez más, iterum, suena la palabra. Esa palabra pronunciada de una vez para siempre, suena como recién pronunciada una vez más para cada uno. El cristianismo no es la onda expansiva de una primera palabra que se pronunciara en el pasado y allí quedara. La palabra divina se pronuncia para cada uno en su aquí y ahora. Pero también se nos llama a cada uno una y otra vez, pues rara vez nuestra diligencia con celeridad lo deja todo para seguir al Señor.

 

Y busca a su obrero, no simplemente a un obrero, sino al suyo.