Mientras el mundo se debate entre el miedo y la angustia, por no saber cómo se resolverá la crisis económica –acaba de fracasar la llamada “Cumbre del G-20” y Europa parece abandonada a su suerte-, no cesan los ataques contra la Iglesia en el mundo. Un joven egipcio ha sido asesinado a palos por llevar tatuada una cruz en el brazo. Un importante socialista español ha declarado que los obispos son totalmente prescindibles, porque uno de ellos –el de Córdoba- se había atrevido a salir al paso de los ataques que el candidato a la presidencia, Rubalcaba, estaba haciendo contra la Iglesia. En Francia, mientras un semanario era atacado por publicar una broma sobre Mahoma, los católicos tenían que aguantar que una obra de teatro blasfemara contra Jesucristo untando de mierda una imagen suya cada día en la representación. Los obispos ingleses, por su parte, no han querido seguir callando y han escrito una carta denunciando el aumento de casos en los que los cristianos son víctimas de acoso y persecución en su propio país, en Inglaterra.

Es un suicidio. Es el suicidio de la vieja Europa que harta de vivir y decadente se muerde a sí misma en sus raíces y acaba con su historia y su futuro. Pero en otros sitios no es suicidio sino ataque. Feroz y mortal ataque. El ataque de los “sin Dios” que es, como el Papa decía en Asís, extremadamente cruel. O el ataque de los fundamentalistas islámicos o hinduistas, que no están dispuestos a aceptar ningún tipo de libertad más que la que les dan sus actos terroristas.

¿Y qué hacemos los propios católicos? Pues hay de todo. En Estados Unidos, por ejemplo, el 20 por 100 está decidido a ser fiel a la Iglesia a toda costa. La misma cifra que ha abandonado todo contacto con la fe en la que fue bautizado. Quizá este sea un porcentaje muy representativo de lo que sucede en general. Un veinte por ciento. Con eso tenemos que contar y de ahí hay que partir. Para una legítima autodefensa. Para la evangelización. Para defender también las causas de la familia y de la vida que, sin nosotros, llevarían a todo el mundo a la autodestrucción, incluso a aquellos que nos atacan con tanto odio. Es una carga imposible de llevar, una tarea imposible de realizar. Sólo para Dios es posible.

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