Hoy medio mundo, y el otro medio también, se ve enfrascado en una lucha por salvar la economía de una hecatombe de proporciones descomunales. Y junto con este problema gravísimo hay otros muchos que están afectando a una sociedad que, paradójicamente, está dando muestra de decadencia en los valores humanos. Cuando fallan los fundamentos el edificio se cae. Hemos querido construir un estado del bienestar basado en el despilfarro, y ahora nos encontramos cara a cara con la pobreza forzada por los fracasos financieros y la avaricia de no pocos. Es decir, un estado del malestar.
Hay que salvar muchas cosas. Pero hay una que está en primera fila, y no es otra que la FAMILIA. Es la familia bien estructurada la que está salvando al pueblo de la miseria. Pero para que haya familias sanas debemos salvar el matrimonio. Sin matrimonios bien avenidos no es posible una familia fuerte. Por eso todo lo que se haga en este sentido para cimentar bien la vida matrimonial es de agradecer.
Traigo aquí unos apuntes muy prácticos sobre pautas a seguir para una vida matrimonial sana. Hay que meditarlo y ponerlo en práctica
Los 10 “nunca” del matrimonio
En la relación matrimonial existen varias situaciones que en lugar de contribuir, lesionan a los cónyuges, dando opción a que se formen pequeñas heridas que en un principio pueden parecer insignificantes, pero con el tiempo, pueden llegar a volverse muy nocivas. Esta es la recopilación de 10 situaciones que ojalá nunca estén presentes en el matrimonio:
1. Nunca hablen mal del cónyuge con nadie
La ropa sucia se lava en casa, reza un dicho muy sabio. Es mejor que los problemas se hablen y se resuelvan entre los esposos. Involucrar a terceros, puede complicar las cosas, pues aunque la tormenta pase, los miembros de la familia siempre lo recordarán, o peor aún, tomarán partido de forma poco objetiva.
La comunicación sincera y oportuna es la mejor solución. Si lo que se busca es un consejo, es mejor buscar a alguien neutro, ajeno a la familia, de preferencia a un asesor espiritual, terapeuta familiar o alguna pareja con más experiencia y capacidad de orientación.
2. Nunca hablen ni piensen en singular
Desde el momento en que ambos dijeron “acepto” se convirtieron en una sola carne y una sola alma. Esto también implica compartir los bienes materiales, por lo que se debe pensar siempre en plural al tomar decisiones, principalmente las que implican dinero. De igual forma, el lenguaje debe ser coherente con ese compromiso, es decir, hablar en plural cuando se refieren a proyectos o actividades comunes: “nuestra casa”, “nuestro auto”, “fuimos a pasear”, “decidimos dejarlo para después”, etc.
La prioridad debe ser el bienestar y tranquilidad de la familia, antes que las necesidades y caprichos personales de cada uno.
3. Nunca se griten
Los gritos son una falta de respeto que deteriora las relaciones, no son propios del lenguaje del amor. Existen otras formas de expresar los desacuerdos y las diferencias. Además no es el ejemplo que queremos dar a nuestros hijos, ¿con qué autoridad les pediremos después que no griten a su hermano, a sus compañeros o a nosotros mismos?
“Cuando discutan, no digan palabras que los distancien, pues llegará el día en que la distancia sea tan larga que no encontrarán más el camino de regreso.” *Autor desconocido.
4. Nunca se duerman sin terminar una discusión
A veces la indiferencia o el silencio parecen resolver los problemas, pero esto no es cierto. La mejor herramienta es la comunicación oportuna, cuando ambos tengan sus pensamientos claros y fríos. Si bien hay que tomarse un tiempo para meditar antes de hablar, no hay que dejar que la discusión termine hasta el día siguiente, pues empeorará las cosas.
Los esposos son un equipo, ambos deben trabajar juntos para resolver sus problemas, en lugar de culparse y agredirse el uno al otro, asimismo hay que ceder no una, sino muchas veces.
5. Nunca dejen de retroalimentarse
En algunos casos los grandes conflictos son consecuencia del represamiento de pequeños agravios que se viven en el día a día. Cuando algo de su pareja no le guste (un gesto, una palabra, un comportamiento…) comuníqueselo de inmediato y juntos busquen la salida. Solucionar las cosas a tiempo, impide que se alimenten rencores y se agranden los problemas.
6. Nunca pongan a sus hijos antes que al cónyuge
Si bien es cierto que los hijos demandan atenciones y cuidados de parte de los padres, hay que tener claro que la prioridad es la pareja. Si los cónyuges están bien, los hijos también lo estarán. La armonía entre los esposos genera un ambiente estable y feliz para los hijos.
7. Nunca discutan frente a los hijos
Los hijos deben ser un factor de unión en el matrimonio. Una pelea frente a ellos no solo les puede generar inseguridad, sino efectos a largo plazo como agresividad, ansiedad y depresión. Si hay algo que discutir, habrá que guardar las palabras para después, buscar el momento y lugar adecuado.
8. Nunca pierdan el romanticismo
El romanticismo es uno de los aliados por excelencia que tienen los esposos para mantener vivo el amor a través de los años. Es por eso que los cónyuges no deben descuidarse y menos dejar que otros aspectos les roben el espacio mutuo. Se deben dar tiempo para estar solos, sin los hijos. Cada día debe estar lleno de detalles para volver a enamorar a la pareja, resaltando sus virtudes y no sus defectos.
9. Nunca entren en conflicto con la familia del cónyuge
La relación con la familia política es la piedra en el zapato de muchos matrimonios. Pero aún en los casos donde por diversas razones no es posible una fraternidad con la familia de origen del cónyuge, hay que conservar un mínimo trato de cordialidad y respeto, por el bien de todos.
10. Nunca se olviden de Dios
Por último, pero lo más importante, ubicar a Dios como centro de la vida matrimonial y familiar. Si Dios está presente en la vida cotidiana y en todas las decisiones, con seguridad que el amor reinará en el hogar.
Fuente: http://www.lafamilia.info/index.php?destino=/Matrimonio/matrimonio.php?
Hay que tomar muy buena nota. Nos va en ello el presente y el futuro de una humanidad aquejada de una pandemia de anorexia espiritual. La consiga ha sido cargarse el matrimonio como tal, el natural, el del sentido común, introduciendo un virus que lo pudra desde dentro: el virus de la infidelidad, del divorcio, de los “matrimonios” entre personas del mismo sexo, de la revolución sexual a lo bestia, del aborto… Ante este panorama el matrimonio sacramento, el matrimonio bendecido por Dios, emerge como un paradigma para todos aquellos que quieren vivir la vida familiar en serio. Merece la pena defenderlo. Nos va en ello el futuro del mundo.
Juan García Inza