Reunidos en sínodo, los obispos franceses van a tratar el tema: “la Nueva Evangelización y la ecología”. Seguro que se pregunta que tiene que la Nueva Evangelización con la ecología. Parece que estamos mezclando churras con merinas. A ver si logro hilar algunas de las razones, ya que el tema tiene aspectos interesantes.
Es evidente que existen justificados prejuicios sobre la ecología debido a la utilización que se ha hecho de ella y se hace, desde la periferia eclesial y desde grupos activistas antieclesiales. A veces encontramos panteísmos ocultos detrás de algunas iniciativas ecológicas. Pero la culpa de que se utilice un cuadro para golpear a alguien no es del autor del cuadro, sino de quien lo utiliza como herramienta ofensiva.
Uno de los elementos que más fuertemente contribuye a fomentar los prejuicios son las malinterpretaciones de la palabra mundo. Mundo es la tierra para unos y para otros la sociedad humana. Cristo condena al mundo, pero no lo hace pensando en el planeta ni el universo, sino lo condena como herramienta del maligno que debe ser transformada en herramienta de Dios: el Reino. La levadura transforma la masa de trigo en pan.
Muchas veces me he visto metido en discusiones por esta sutil diferenciación. La creación es buena por naturaleza. Si tenemos dudas podemos leer el Génesis y veremos que todo lo creado por Dios es bueno. Pero no debemos olvidar que el pecado de Adán y Eva se transmite a todo lo que les rodea por medio de sus actos. La creación no es inmune al pecado del ser humano.
Podemos leer a San Buenventura que nos dice: "Degustaba la bondad originaria de Dios en cada una de las criaturas, y su afectuosa bondad lo lanzaba a estrechar en dulce abrazo a todos los seres. Es que la ternura de su corazón lo había hecho sentirse hermano de todas las criaturas" (LM 9,1.4).
San Francisco de Asís no dice que debemos "edificar el Reino de Dios en las realidades de este mundo [creación y sociedad], ordenándolas según Dios” (LG 31) ¿Ordenar según Dios? ¿Cómo? Sigamos leyendo.
Por otra parte, Dios crea al hombre y lo coloca en un jardín, es decir, en un entorno natural ideal para su vida y desarrollo. “Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn 2,15).
San Pablo nos indica que la creación sufre por nuestro pecado y que este sufrimiento es reflejo del dolor de la herida que tenemos en nuestra propia naturaleza: “La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo” (Rm 8,21-23)
¿Cómo llevar todo esto al ser humano del siglo XXI? La crisis económica y moral, que nos atenaza, evidencia que con frecuencia hemos actuado mal con la obra de Dios. Creación de la que somos responsables para labrarla y cuidarla, no para aprovecharnos destruyéndola. Quien se aprovecha de la naturaleza siente el gemido de la obra de Dios en la herida del pecado que porta en si mismo. Este dolor no sólo es personal, sino que se transmite a quienes están cerca de él.
¿Es cristiano preocuparse por la naturaleza? Si, siempre que el centro no sea la naturaleza, sino Cristo. Podemos venerar a Dios en la belleza de la creación, pero si la destruimos, sólo podemos llorar con tristeza ante la destrucción causada. Igual sucede que cuando veneramos una imagen y un energúmeno la destroza. El mal rompe la sacralidad de la imagen, pero el mal no queda en quien comete el acto, sino que se transmite en el dolor que sienten todos quienes veneraban la imagen.
Los seres humanos somos cada vez más conscientes de nuestra responsabilidad con el legado de la creación. Esta responsabilidad no es nada fácil. La responsabilidad la debemos ejercer con el sudor de nuestra frente, buscando obtener lo que necesitamos sin destruir la naturaleza que nos da sustento.
Volviendo a la Nueva Evangelización. ¿Puede haber una Nueva Evangelización que olvide la responsabilidad ambiental y la sostenibilidad? La pregunta se responde con dos nuevas preguntas ¿Podemos decir amamos a Dios desdeñando la responsabilidad que nos dio? ¿Podemos ser cristianos sin un testimonio coherente con nuestra Fe?
Así que, estimado lector, ruegue junto a mí para que los católicos seamos capaces de amar la naturaleza sin dejar de cuidarla y labrarla para el beneficio de todos. El desafío es grande, pero la esperanza que San Pablo nos indica, es nuestra fuerza. La Gracia de Dios es nuestra fuente de sabiduría y capacidad de afrontar estos retos.
Sin dejar de rogar a Dios, quizás pueda usted poner su granito de arena en el ahorro de energía y de recursos naturales. Se lo agradeceremos todos y Dios mismo. La caridad también tiene su lado de responsabilidad ambiental y sostenibilidad.