Termina un año y empieza otro. Este año 2023 comienza con la despedida de nuestro querido Papa Benedicto XVI. La Navidad apunta a su fin, pero gracias a este Papa que nos lleva con su nombre hasta José, podemos meternos de lleno en la Navidad siempre que queramos. Entre sus muchas obras quiero destacar la que me ha acompañado durante el Adviento y esta Navidad y lo que resta hasta que termine este tiempo litúrgico: La infancia de Jesús. Con este libro he disfrutado entrando en lo más profundo de los textos evangélicos que desgrana con magistral destreza para hacernos entender cada escena de los evangelios de la infancia. No sólo he leído con gran regocijo, sino que también me ha servido para hacer el retiro personal de Adviento y dar retiros de Adviento y Navidad a diversas comunidades y grupos. Ahora, a las puertas de la fiesta de la Epifanía, me queda por leer y meditar el último capítulo. Lo que no había pensado es que lo leería en estas circunstancias que nos envuelven. Dios dispone todo a su modo para mayor bien de las almas. Así lo veo y así es en realidad. La venida de los Magos para adorar al Niño será un presentar en oración la vida del Papa Benedicto para que pueda unirse a los Magos y a todos aquellos que ya gozan de la eterna Navidad dando gloria y alabanza a Dios en compañía de toda la iglesia celestial.
Uno de los párrafos que más me ha marcado en este tiempo es el que nos ayuda a entender que sólo Dios es lo más importante de nuestra vida y que tenemos que ir a estar con Él, a adorarle, a llevar a otros a estar con aquel que ha nacido en Belén:
“Los pastores se apresuraron por curiosidad humana, para ver aquello tan grande que se les había anunciado. Pero estaban seguramente también pletóricos de ilusión porque ahora había nacido verdaderamente el Salvador, el Mesías, el Señor que todo el mundo estaba esperando, y que ellos eran los primeros en poderlo ver. ¿Qué cristianos se apresuran hoy cuando se trata de las cosas de Dios? Si algo merece prisa, tal vez esto quiere decirnos también tácitamente el evangelista, son precisamente las cosas de Dios”, (La infancia de Jesús, pp. 85-86).
No hace falta decir más. Es la mejor despedida que nos ha podido dejar el Papa Benedicto XVI: tenemos que apresurarnos por las cosas de Dios. Si no le hacemos caso, las cosas del mundo entrarán en nuestro corazón y no dejarán que vivamos la Navidad con toda la fuerza, luz y esperanza que nace de estar mirando a Jesús, a María y a San José.
Hagamos la prueba. Para ello nos vamos a ayudar de otros libros que estos días tengo sobre la mesa de estudio en torno al tema de la Navidad.
En el primero nos encontramos con San José, con su vida contada de modo novelado por Darlei Zanon. Es un auténtico gozo meterse en el corazón de San José y recorrer con él toda su vida. Basta recordar un momento clave: el primer sueño que tiene y la consecuencia del mismo, que no es otra cosa que ser padre del Hijo de Dios unido a María, su esposa:
“La imagen del primer sueño nunca me abandonó. Lo había escuchado todo con asombro y admiración, y había guardado cada palabra en mi corazón […] El papel de un padre de familia es tomar decisiones acertadas en momentos de dificultad. Acepté el desafío, acepté la invitación del Señor de ser el padre del niño, así que tomé esa decisión con firmeza y conciencia. Confié en Dios plenamente y acepté, obedientemente, el proyecto que me había reservado. Decidí tomar a María como mi esposa, su hijo sería mi hijo. Como familia, juntos, cumpliríamos todos nuestros deberes y experimentaríamos todas nuestras alegría…” (Simplemente José. Romance sobre la vida del padre adoptivo de Jesús, pp. 109-110).
Si sorprende vivir la Navidad de la mano del mismo San José no digamos si ahora seguimos muy de cerca, gracias al pleno vivir eucarístico de Raúl Eguía, a Matteo, un niño que vive la Navidad de un modo tan intenso y tan emocionante que es como deberíamos hacerlo todos: la celebración de la santa misa. Matteo se siente solo, nadie tiene tiempo para él, todos se burlan de lo que hace. Necesita sentirse profundamente amado. Y ese amor que tanto necesita lo descubre, recibe y agradece sin medida cuando participa de la eucaristía en un día muy especial. Su vida da un vuelco radical:
“Cuando llegó el momento de la comunión, Matteo contempló cómo Francisco adoraba a Jesús y con cuánta fe lo recibía. Quiso hacer lo mismo. Se acercó a recibir a Jesús con toda su alma. Arrodillado entonces, con Dios vivo adentro, en el silencio de los secretos íntimos, le inundó la Presencia de Dios. “Jesús me está tocando el corazón” se dijo; verdaderamente lo sentía, de la misma manera que uno siente físicamente cuando le abrazan, pero lo notaba dentro, en todo su ser. La fuente que todo lo cura, el Amor como nunca antes lo había experimentado, brotaba dentro de él…” (Matteo. Pase lo que pase yo siempre estoy contigo, p. 50).
Seguimos en el tiempo y llegamos hasta el siglo XX, a España, en unos años críticos, duros, amargos, ensangrentados por una guerra entre hermanos. Un sacerdote burgalés, Teodoro Cuesta, relata lo vivido en Madrid durante 20 meses envuelto en inquietud constante, cambio de domicilio sin descanso, noches sin apenas poder dormir, cárceles, interrogatorios, insultos,… pero en el centro y mitad de todo este sufrimiento, se hace presente Cristo en la eucaristía en momentos tan entrañables como es la Navidad vivida en plena guerra civil:
“El año llegaba a su fin, mientras el duro calvario de la población civil, lejos de disminuir, aumentaba. No hablemos de los pobres detenidos en checas, comités y cárceles, que sufrían hambre, frío y martirios sin precedentes […] Estábamos en Nochevieja, avivando en ella, como en la Nochebuena, los recuerdos y nostalgias de las personas queridas; uní mi espíritu a aquel tradicional fervor con que despediría en aquellos momentos el año que terminaba y recibiría al que daba comienzo mi querida Adoración Nocturna de Burgos. “Año nuevo, vida nueva”, canta el refrán; pero hasta los refranes claudican con los rojos, pues aparece el primer día del año y en las caras y en el aspecto de la ciudad se advierte el monótono ritmo de todos los días. Tampoco los Reyes nos ofrecieron cosa en particular. ¡Buenos estábamos para que se atrevieran a visitarnos personas tan augustas en un pueblo donde únicamente la plebeyez tenía libre su entrada!...”(De la muerte a la vida. Veinte meses de una vida insignificante en el infierno rojo, pp. 135-137).
Termina la Navidad, pero nos queda tarea por delante. Hay que redescubrir el auténtico sentido de esta gran fiesta, el Nacimiento del Niño Dios bajo la atenta mirada y vigilancia de la Virgen María y San José que nos invitan, ayudan y acompañan para ponernos de rodillas y adorar junto a ellos al que se hace carne en Belén.