coincide con
C.S. Lewis
Escribía en el último post que para el hombre espiritual sólo cuenta el presente. El pasado existe en la medida en que es el suelo nutricio del ahora; del pasado podemos hablar, sentirnos orgullosos o decepcionados, pero no podemos estar apegados a él. El pasado pasó.
Quizá sea la fantasía de un futuro mejor –o el miedo a un mal futuro, tanto da- el gran peligro que se cierne para vivir el tiempo como Dios desea.
Escrutopo, el demonio preferido de C.S. Lewis, dedica una enseñanza a su sobrino Orugario sobre la conveniencia de insuflar a los humanos ideales que se supone sólo se cumplirán en el futuro. Poco importa que sean metas sublimes o tenebrosos proyectos de muerte; lo importante es que el presente se oriente según esas metas que no existen más que en las mentes del hombre. Porque el futuro, como el pasado, no existe. Tanto el pasado como el porvenir tienen un poder subyugante para aquel que ve en ellos imaginariamente una atracción o influencia que realmente no se da.
El futuro es especialmente atractivo. O mejor: lo atractivo es estar pendiente de lo que pueda pasar, de lo que aún no ha acontecido, pero quién sabe si ocurrirá. Todos pensamos en un futuro mejor y si no tenemos confianza en ello, nos sumimos en un estado de postración vital lamentable. Lo contrario es igualmente válido. La posibilidad de un cambio en nuestras vidas a mejor nos da esperanzas para afrontar las dificultades del presente.
No pocos filósofos han destacado que el hombre es un “ser abierto al futuro”, necesitado de un proyecto vital que incluye objetivos, metas o ideales futuros que regulen su presente. Es verdad, el hombre es un ser proyectivo, con su mirada puesta en el horizonte, hambriento de alcanzar lo que presiente en el presente: vida que no pasa, felicidad plena, comunión con el Todo, paz infinita puesta en el único Amor que no defrauda.
Pero precisamente porque el hombre es un ser proyectivo, el riesgo de “estar suspendido del futuro” es grave. Escrutopo dice a su sobrino:
“El Enemigo [es decir, Dios] quiere que los hombres piensen también en el futuro: pero sólo en la medida en que sea necesario para planear ahora los actos de justicia o caridad que serán probablemente su deber mañana. El deber de planear el trabajo del día siguiente es el deber de hoy; aunque su material está prestado del futuro (…). Su ideal [el de Dios] es un hombre que, después de haber trabajado todo el día por el bien de la posteridad, lava sus manos de todo el tema, encomienda el resultado al Cielo y vuelve al instante a la paciencia o gratitud que exige el momento que está atravesando”.
Como buen demonio Escrutopo conoce bien el designio de Dios para el hombre. El futuro es relevante en cuanto influye en el presente y deja en manos de no sólo los resultados, sino la manera en que influyen los proyectos en el presente de los hombres. El futuro vivido cristianamente tiene que ver con el abandono y la plena confianza de que estamos en manos de Dios.
Para el humilde sólo existe el presente. Un presente antecedido por un pasado que no volverá, pero en el que Dios estuvo presente; un presente que, porque en él habita Dios, apunta a un futuro que aún no es.
Sólo se puede pensar el futuro en el presente. Sólo se puede recordar el pasado en el presente.
Cuando pensamos que nosotros somos los dueños de nuestra vida, cuando creemos que somos propietarios de nuestro tiempo -“mi tiempo es mío” como lo es mi cuerpo, mis hijos o lo que escribo-, cuando nuestro corazón está anegado de orgullo y no reconoce que todo es don, entonces el futuro se convierte en el ídolo por excelencia. Nuestras esperanzas y alegrías, nuestras energías y expectativas, todo, depende de lo que pasará.
Poco importa que esos ideales sean de un signo o de otro. Tan fatídico es el ideal comunista o nazi, como el de un mundo en el que todos estén obligados a creer en Dios. Tan necio es un hombre ignorante de Dios, como el que se empeña en hacer apostolado sosteniéndose en sus propias fuerzas, no en las del Señor. Tan atolondrado es un partido político que cree que el futuro lo escribe su gobierno, como el de una iglesia que piensa que la extensión de su fe depende de la brillantez de sus planes pastorales.
Sospechemos de un futuro que pervierte el presente, alejándonos de Dios y de nosotros mismos. El futuro, como el pasado, confluyen en el aquí y en el ahora. Lo demás es nostalgia estéril o escapismo. Envolvámoslo como lo envolvamos, huída de Dios.
Un saludo