La editorial Ciudadela publicó el pasado 2 de noviembre el primer libro de Gonzalo Altozano. Un libro de entrevistas al que asomarse con curiosidad. Un libro ameno donde los haya, divertido y serio, sorprendente siempre. Su acertado título: No es bueno que Dios esté solo
 
Gonzalo Altozano, el autor, realizó las entrevistas mientras dirigía el semanario Alba y conseguía que muchos empezásemos a leerlo por la contraportada, que es donde las alojaba. Hoy, además de seguir en la dirección de Alba, Gonzalo presenta un programa dominical en Intereconomía Tv., tras una etapa al frente de los radiofónicos y también dominicales “últimos de Filipinas”. Porque a Gonzalo –a su pesar, qué diablos- le ha tocado bendecir el día del Señor trabajando.
 
De Gonzalo insisten sus amigos en que nunca se vio periodista menos interesado por la actualidad. Y yo creo que eso es cierto. Esconde con presteza el as bajo la manga, y casi nunca se le nota el truco. Se relame al elevar la actualidad al rango de lo intemporal, para embozarse en la capa de Luis Candelas o para gozarla con la oreja de Jenkins, fingiendo que la humanidad palpita al ritmo de tales acontecimientos. O, como en el libro que nos ocupa, para inquirir sobre Dios. 
 

 
Cuando hace ahora más de 40 años Gironella escribía su “Cien españoles y Dios”-pionero trabajo en el que el autor preguntaba a un puñado de compatriotas por su situación espiritual- el autor repetía una y otra vez el mismo cuestionario, hasta completar la cantidad que pregonaba el título. Pues bien: en el trabajo de Altozano no hay resto de tal galbana. Cada entrevista es distinta a la que le precede y a la que le sigue. No encontrará el lector una que no merezca la pena. Aunque no todas, no vayan ustedes a creer, desborden entusiasmo por la fe, hasta la última, sin embargo, tiene al menos el interés de que los personajes retratados sean de relieve público.
 
El libro es, particularmente, un canto a la esperanza. Sin lirismos. O mejor, con los lirismos justos. Muchas de las entrevistas –pero muchas, ¿eh?- son memorables. Las respuestas, que abordan las preguntas efectuadas con desnuda sencillez, intrigan, emocionan, enfadan. El tipo, vaya, sabe entrevistar, y por eso es imposible leerlo a disgusto. Porque se trata de un libro alegre, humano y generoso, por supuesto. ¿Quién dijo que los libros no se parecían a sus padres?
 
Los entrevistados de Gonzalo Altozano que por él desfilan no son cien, como los de Gironella. Son ciento uno. Hasta en eso le ha ganado. Ahora sólo cabe desearle suerte –no porque la necesite, sino porque la merece- en esta nueva aventura.
 
 
Fernando Paz