El encuentro de oración por la paz celebrado en Asís y convocado por Benedicto XVI pasará a la historia por varios motivos. En primer lugar, porque el Papa ha cuidado con el máximo esmero no dar ninguna impresión de fomentar el sincretismo religioso. Luego, porque por primera vez han sido invitados no creyentes –de la variedad de los agnósticos-. En tercer lugar, por el extraordinario mensaje que el Pontífice dirigió a los presentes y al mundo.
Estamos ante un Papa teólogo, que no sólo es santo sino que es sabio. Por eso los grandes hitos de su pontificado los van a marcar sus discursos. Son mensajes que quedarán para la historia. Este es uno de ellos. El tema central era, naturalmente, la paz. Se trataba de volver a convocar a los principales líderes religiosos del mundo para dar un testimonio colectivo de que la religión no es fuente de guerra. Ya lo hizo Juan Pablo II en 1986. Pero en estos 25 años no sólo ha caído el muro de Berlín (1989), sino que, sobre todo, ha hecho irrupción de manera brutal el terrorismo islámico. Por eso el Pontífice tenía mucho interés en volver a decir al mundo que ni el cristianismo ni ninguna religión deben servir de excusa para la violencia. Y lo ha dicho en nombre de todos los creyentes, musulmanes incluidos. “Que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente”, dijo el Pontífice, recordando, al citar a la Ilustración, que los no creyentes han utilizado las guerras de religión que ensangrentaron a Europa en los siglos XI y XVII, como excusa para arrinconar a la religión y luchar contra ella, primero en la vida pública y luego en la misma vida privada. El secularismo se escuda en la violencia que tiene origen religioso para atacar a la religión porque afirma que en una sociedad plural sólo será posible la convivencia si la religión no influye y mejor incluso si desaparece. El mensaje, por lo tanto, iba dirigido a todos los que alimentan en su seno movimientos fundamentalistas violentos y éstos no son sólo los musulmanes, como muy bien saben los católicos de india.
Ahora bien, en estos 25 años no sólo ha irrumpido en el mundo el terrorismo islámico, sino que se ha reforzado la violencia de los “sin Dios”. Esta violencia ha estado siempre y en el siglo XX fue especialmente cruel. Las matanzas de Hitler y de Stalin, los asesinatos terribles de los Jemeres Rojos de Camboya, los millones de muertos de la Revolución Cultural de Mao y los que han muerto en las cárceles de Cuba, por citar sólo algunos casos, son pruebas de esa violencia. El Papa se refería a ella diciendo que “el ´no´ a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida”. El ejercicio de esa violencia no acaba con las dictaduras ateas. En las consideradas oficialmente democracias, se matan legalmente a millones de seres humanos con el aborto, y esos crímenes también son fruto de un mundo sin Dios. Y luego están otro tipo de muertos, fruto de otra violencia; me refiero a los que siguen teniendo vida física pero están con el alma enferma o moribunda: los jóvenes sin rumbo, que viven para el consumismo y para el placer, los millones de rupturas matrimoniales que son fruto de la incapacidad de convivir que tienen muchos contemporáneos nuestros educados en el secularismo. Y están las persecuciones no sangrientas pero sí violentas contra los que quieren seguir profesando su fe –el acoso por parte de los “indignados” contra los jóvenes de la JMJ en Madrid es una prueba de ello-. La violencia de los “sin Dios” es, pues, un signo de nuestros tiempos y es un error fijar nuestra mirada sólo en el fundamentalismo islámico, porque estos otros los tenemos más cerca y causan más muertos.
A todo esto se ha referido el papa. Ha querido rodearse también de no creyentes de buena voluntad, para que ejerzan la labor de “notarios” neutrales, de testigos que den razón ante el mundo y la historia no sólo de que los creyentes rechazan la violencia, sino de que están siendo víctimas de la misma precisamente por parte de aquellos que les acusan de ser fuente de violencia y que se llaman a sí mismos “tolerantes”.
Recemos por la paz, con el papa. Seamos, con San Francisco, instrumentos de Paz. Pero tengamos claro que los enemigos de la paz no están sólo en nuestras filas, sino que los peores están fuera.
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