En los momentos de felicidad siempre hay un atisbo de miedo... a perderla. Algo que, en mayor o menor grado, inevitablemente ocurre. Hasta que volvemos a encontrarnos de nuevo con ella. Y así transcurre la vida: en ese intento de ser feliz.
En la vida de todo hombre hay épocas más o menos épicas, góticas, líricas, dramáticas, floridas, románticas, insípidas o epidérmicas. Pero sea cual sea la racha la insatisfacción es siempre un clamor.
Hablan de literatura aquellos que no saben apreciar la filigrana de la espuma de las olas. O que no se quedan extasiados ante los amarillos, ocres y naranjas del otoño. O que no se preguntan si esa luz -que a mí me encandilaba de improviso en plena clase de matemáticas o de filosofía- no será una señal de otro mundo.
No deja de sorprenderme, pero muchos días me despierto y se me hace raro no ver el mar por la mañana.
Dios y teológicas vicisitudes. Dios y catedrales y vidrieras imponentes. Dios y la historia. Dios y el no Dios, ese constante debate, o incluso odio. Dios y los profetas y los Salmos. Dios, Dios, Dios. Dios es sobre todo algo propio, esa necesidad constante de Dios.
Lo natural en el hombre es amar, y espiritualizar la materia y el tiempo. Lo natural en el hombre es ir derecho a la verdad e indagar en la belleza, sin tapujos. Lo natural en el hombre es desgranar con emoción el silencio del alma.
Otros presumen de matemáticas, inglés o física. Pues a mí lo que me llena es que mi hija Cristina sepa que en España, de 1916 a 1979, hubo un poeta llamado Blas de Otero, que escribió ´Ancia´, y que sus versos están llenos de solidaridad y angustia por los prójimos. Una poesía que nace de un amor superlativo por el hombre, y que se enfrenta a Dios cara a cara, con descaro de hijo que sufre, que no entiende, que se encorajina, que escribe para prolongar la esperanza.
El que vive de amor muere amando. Y ese mismo amor le resucitará de entre los muertos. El que ama no deja de vivir nunca.
Ay, esta inevitable sensación de lunes que tienen los domingos. Esa incertidumbre del corazón, esa nostalgia de todo.
Esa desgana o ese malestar. Esa inquietud o esa ansiedad... Es porque amo poco, porque me distraigo del amor de Dios. Tengo esa certeza.
Será lo que sea, pero en ocasiones apetece más pasear por una novela de George Eliot, que por la realidad de este asfalto urbano.
Siempre me ha gustado la poesía de Novalis. Pero no es ´gustado´ la palabra más apropiada. Se trata de una gran cercanía espiritual, de una sintonía que no deja nunca de sorprenderme. Por eso, cuando me enteré que habíamos nacido el mismo día del mismo mes -el 2 de mayo-, me pareció algo completamente natural.
Comer en familia (con la cristalería de siempre) en medio de la biblioteca. De primero esa sonrisa suya, de segundo carne (de guarnición unos besos), y de postre sus ojos y unas ciruelas verdes.
Después del último verso de un poema está el comienzo y está la mirada que se recoge hacia dentro. Es la culminación inspirada y es cuando el lector toma el relevo y la iniciativa. El último verso es el nexo entre la revelación del misterio y la escucha del alma. Ahí, en esas pocas palabras, está el clímax de una vida, o la expectativa, o el desahogo, o la esperanza. Está la idea con la que se queda el lector, la síntesis del dolor, el eco de una pasión o un trazo de belleza.
Sin alma no hay caridad, no hay manera de vivir con cierta alegría y orden de prioridades. Ya nos podemos poner como queramos. Ya podemos acudir a las más doctas ciencias y hacer fortuna de cara a la galería. E incluso escribir metódicos versos (¿puede haber poesía sin alma?). Todo queda en nada. En nada de nada. ¡Si cada uno reconociéramos de verdad nuestro meollo! Y es que no se puede vivir sin alma. ¿Cómo podemos dejar que nos expolien de esta manera?
¿Qué escribo? Acabo de llegar a casa siguiendo a unas palomas. Esto queda estupendo, ¿verdad? Y si le añado un incendio de luz en el pelo de aquella chica que cruzaba la calle en bicicleta, pues ya es la leche. Pero no me apetece seguir con esta historia.
Llega un momento en la vida en que sólo sirve lo Simple, lo Sencillo. Lo demás es basura.
Hay poetas de amplio vocabulario. Deslumbrante (un amigo me decía con sorna que hay poetas a los que hay que leer con gafas de sol, tal es su brillo). Un vocabulario rico en matices de significado y ritmo. Y yo apenas utilizo unas pocas palabras de familia en las que insisto (ventana, felicidad, alma, helado, luz, Dios, brisa...). Supongo que por necesidad, y que uno tiene sus limitaciones, y porque al final -ya lo dicen los maestros- sólo escribes múltiples variaciones sobre un mismo tema.
Sucede no pocas veces que la poesía, de madrugada, se pone especialmente terca, y no quiere decir nada. Tendrá sueños.
El amor es siempre una absoluta novedad. O debería. Y un renacimiento. Como estrenar cada día nuestra vida.
Una cosa es decir ´te amo´ -expresión muy generalizada- y otra muy distinta amar de hecho.
El ansia de conocer, de leer, de llegar a saber más, ¡de vivir!, ¿es en realidad una cuestión de amor?
Algo pasa por dentro. Algo nos pasa cuando rechazamos con premeditación la verdad y el bien.