Pero esta visión global no puede hacernos perder de vista que todos nuestros pequeños momentos tienen esa dinámica. Cada ocasión es lugar de diálogo, en todo está abierta la conversación divina, en todo Dios nos sale al encuentro y, querámoslo o no, le damos una respuesta. Ésta podrá ser una u otra, decidimos libremente, pero, sea cual fuere nuestra decisión, ésta siempre será una respuesta en la que estemos nosotros implicados. Ante la iniciativa divina, lo que decidimos nos implica y nos define en orden a Dios. Y ahí es donde la pequeña dinámica de cada momento puede o no estar incorporada a la gran dinámica, a la senda de crecimiento desde la creciente atención al radiante amor, a que en amar esté todo nuestro ejercicio.
Y quien está ya en la ligera carrera no corre lastrado por la preocupación de mirarse a sí mismo, ni siquiera espejado en los resultados de sus obras. El efecto de todas sus acciones es la acción misma y todo otro efecto, más que un producto, es una irradiación. En la acción es contemplativo y la contemplación es la más fecunda acción.
Todo ello mientras aún hay luz, mientras podemos decidir en la claridad divina. Todas nuestras respuestas a la voz de Dios que nos llama son definidoras, sólo la muerte es definitiva, sólo en ella queda conclusa la figura que, en diálogo con Dios, hayamos ido modelando con nuestras acciones.