El monje se ha acercado al bulevar y me hace señas.
-Mire, aquí estaremos bien.
Es un banco en el parque, alejado del ruido de los coches, entre el silencio de algunos pinos.
-Sé que está usted pasando una cuaresma excelente: tentaciones contínuas, desgana, miedo al miedo de una recaída en su depresión, melancolía -pasea usted adrede por lugares que se la producen-, falta de valor y de fuerzas para luchar, humillaciones, etc. Se ve rodeado de enemigos visibles e invisibles y clama al Cielo. Y lo peor es que no puede quejarse sin parecer un egoísta: Dios le ayuda a cada instante.
-Pero esta pesada sensación agobiante de derrota, yo...
-Usted, sí. Su "yo" es el problema. Es normal, es el problema de usted y el de todo el mundo. Comprendo que solo con saber la teoría no basta. Usted sabe que es mejor estar en el pozo, lo que hace imposible el pecado, que estar contento y pecar de continuo; usted sabe que es mejor el anonimato que el heroísmo que lleva a la soberbia; que es mejor la humillación que el aplauso; que es mejor arrastrarse por esta vida que huir o suicidarse... "Felices los que lloran", dijo el Señor. Usted lo sabe.
-Sí, claro, lo sé. Pero disculpe: también sé que solo la oración, el ayuno y la penitencia son eficaces en la guerra espiritual que estamos librando. ¿No se mantuvo Austria a salvo del estalinismo a base de rezar el rosario colectivamente? Todo lo demás, perdone esta exageración, son parches. ¿Qué nos trajo, al final, el desarrollismo de los años 60? El bienestar desbocado que termina con toda la vida espiritual de una nación: vivimos los estragos de la tecnocracia y del poder del dinero. No todo es la economía, qué le voy a contar a usted, padre. Quiero decir que la santidad, por Dios, no son parches bienintencionados: la santidad es jugarse el alma a cara o Cruz, terrible juego; es vivir de cara a la Eternidad y a Dios, asunto más terrible todavía, ¿no cree? Y entonces, ¿qué? Oh, me dirá que rece y que cumpla con mi deber. ¿Que cumpla con mi deber? ¿Es mi deber permitir que perviertan a mis nietos o que mueran millones de inocentes antes de nacer? Si no nos levantan del sofá estas monstruosidades, ¿qué hemos hecho de nuestro cristianismo? Lo decía hace poco el cardenal Omella, no lo dice su amigo, este exaltado.
-Y está usted pensando en alistarse con los Wagner para salvar a la Cristiandad de la tiranía Woke, del Occidente corrupto y pervertido, porque Rusia es cristiana y los ortodoxos no se permiten debilidades con la dictadura sodomita? ¿O está usted pensando en pasear como un loco de Dios acusando a esta sociedad burguesa y farisea? ¿Quizá prefiera una gruta en San Caprasio? ¿O los márgenes de la autopista de los Monegros? ¿Una ermita cerca de Covadonga? ¿O el suelo de un cajero de cualquier banco?
-Puestos a morir, hagámoslo con honor, como un acto final de servicio a Dios y al prójimo. No huyendo del frente de batalla, sino yendo allí donde es más encarnizado el combate: en nuestro propio corazón, en la sola soledad del alma. ¿No es el desierto el lugar de los demonios?
El monje me observó compasivo y yo vi, lo juro, a San Juan Pablo II.
-Vigile usted, joven, no vaya a resultar que esté hablando de ínsulas y no de encrucijadas y quebrantos y lamentos en estas pobres ventas.
-¿Qué quiere decir?
-Repase el Quijote. Y quede en paz con sus sufrimientos, si puede. Que no podrá. Quede, pues, con Dios.