La casualidad ha querido que en pocos días vea dos películas con similar argumento y mensajes idénticos. El argumento es este: mujer casada y con hijos, dedicada con esmero (con mayor o menor acierto) al cuidado de su familia y su casa, a la vez que a su carrera y amigos. De repente, un día, por motivos varios, el mundo se le viene abajo y pasa a encontrarse casi sola, pensando en qué se ha equivocado si parecía que todo lo hacía bien.
Y el mensaje es este: “Eso te pasa por pensar en los demás. Cuando empieces a pensar en ti, a dedicarte a ti, todo te irá bien”.
Es decir, que si eres generoso pero la vida te da un golpe duro por culpa del egoísmo de los demás, lo que tienes que hacer es… ¡ser tú también egoísta! Y, de esta manera, se resolverán tus problemas, volverás a ser feliz y, como hablamos de películas, te comerás una perdiz. Y ahí está el problema: muchos pensarán que este consejo (por llamarlo de alguna manera) funciona en la vida real. Y esto no es así. Quizá funcione en las películas, pero en la vida real si te vuelves egoista, te quedarás más sólo todavía.
El remedio contra el egoísmo de los otros no es serlo tú también, sino combatirlo, recriminarle al otro su actitud y seguir siendo generoso. Pero nunca volverte tu egoísta. Eso nos llevaría a lo que ya hemos denunciado en este blog: a la Civilización del Yo, en la que Yo soy el centro, Yo soy lo primero y sólo Yo importo y, luego, si queda algo, que pasen los demás. Y ya sabemos que esto da malos resultados.
La solución es la Civilización del Otro, en la que la guía es la Regla de Oro: “Haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti” o, lo que es lo mismo “Ama al prójimo como a ti mismo”. Y, en esta tarea, los católicos somos los que más podemos hacer, porque fue el mismo Cristo quién nos lo encargó.
Así que manos a la obra. ¡Abajo la Civilización del Yo! ¡Viva la Civilización del Otro!
Aramis