Publica Santiago González un libro que lleva por título “Lágrimas socialdemócratas”, título que había dado al libro hace ya tiempo, y donde el primer sorprendido por la oportunidad del mismo ha sido el propio autor, al que el pesoísmo, como si quisiera hacerle gratis la campaña de lanzamiento, se lo ha escenificado en el famoso mitin de San Sebastián del pasado sábado, donde, en una especie aquellare lacrimoso, vimos romper en lágrimas a López, a Rubalcaba, a Madina, a Elorza, y a tantos y tantos otros militantes pesoítas.
El autor del libro explicó en qué consisten esas “lágrimas socialdemócratas” que él llama en el noticiario de Telemadrid, donde aclaró que las escenificadas en San Sebastián, y otras muchas más o menos evidentes de nuestros actuales gobernantes, son la manera que tienen de expresar el “buenismo” que inspira todas sus acciones de gobierno frente a la racionalidad que debería inspirarlas, algo que les convierte, -según ellos, siempre según ellos y sólo según ellos-, en éticamente superiores a sus rivales políticos.
No le falta razón al periodista y va bien encaminado en su enfoque: el pesoísmo zapaterita, y ahora rubalcabita, viene imbuído de ese deseo de adornar todas sus acciones con la santífica bonhomía que permite, por ejemplo, retruécanos como el realizado en su día por el candidato Rubalcaba y que cito de memoria:
“Ellos [que son muy malos, eso no lo dice él, lo digo yo] lo que quieren es reducir el presupuesto y mandar muchos funcionarios a la calle; yo en cambio no quiero nada de eso, y sólo propongo eliminar las diputaciones”.
¡¡¡Ahí es nada…!!! ¡¡¡Eliminar "sólo" las diputaciones!!! ¡¡¡Y se queda tan pancho el tío!!! ¿Pero qué pasa, Sr. Rubalcaba, que las diputaciones no tienen funcionarios? ¿Nadie trabaja en las diputaciones? ¿Las llevan robots, Sr. Rubalcaba, robots de la derechona probablemente, y sólo Vd. se ha percatado?
“Ellos [que son muy malos, eso no lo dice él, lo digo yo] lo que quieren es reducir el presupuesto y mandar muchos funcionarios a la calle; yo en cambio no quiero nada de eso, y sólo propongo eliminar las diputaciones”.
¡¡¡Ahí es nada…!!! ¡¡¡Eliminar "sólo" las diputaciones!!! ¡¡¡Y se queda tan pancho el tío!!! ¿Pero qué pasa, Sr. Rubalcaba, que las diputaciones no tienen funcionarios? ¿Nadie trabaja en las diputaciones? ¿Las llevan robots, Sr. Rubalcaba, robots de la derechona probablemente, y sólo Vd. se ha percatado?
Con ser parte de la explicación y no andar mal dirigido el Sr. González, las cocodriláceas lágrimas easonenses vertidas en el famoso mitin por los dirigentes pesoítas, -yo prefiero denominarlos así, ya quisieran ser socialdemócratas, ¡si sólo fueran socialistas!- no expresan sólo la convicción que tienen, -o que creen tener-, -o mejor aún, que quieren que creamos que tienen-, de estar haciendo el Bien Absoluto en cada una de las acciones que llevan a cabo. Va mucho más allá.
Las lágrimas pesoítas easonenses quieren reprocharnos la incomprensión que sintió el beatífico conjunto de dirigentes pesoítas, y el Sr. Rubalcaba en particular, en cuantas fechorías han tenido que realizar, muy a su pesar, eso sí, faltaría más, para alcanzar la Perfecta Paz Perpetua. Esa que, gracias a sus desvelos y a su bondad, y sólo gracias a sus desvelos y a su bondad, este país “se puede permitir hoy”, según lo presentan. Y eso, aún a pesar de la inaudita falta de fe y de la pertinaz resistencia de los muchos elementos facciosos y malvados incrustados en el sistema, instrumentalizados por los más refractarios de todos, las propias víctimas, que, ingratas de ellas, son las que más agradecidas deberían estar.
Incomprensión que es, por ejemplo, la que sintieron cuando “se vieron obligados” a abrir las negociaciones con los asesinos de la ETA y para ello, “se vieron obligados” a realizar prácticas de reanimación a una banda de asesinos que ya estaba derrotada por el Gobierno que les precedió; cuando “se vieron obligados” a nombrar al sectario Peces-Barba con la expresa instrucción de dividir a las víctimas; cuando “se vieron obligados” a no acudir a uno solo de los congresos de víctimas del terrorismo; cuando ZP “se vió obligado” a cachondearse de ellas hablándoles de aquel abuelito muerto veinticuatro años antes de nacer él y al que ni siquiera conoció; cuando “se vieron obligados” a ceder al chantaje de De Juana; cuando “se vieron obligados” a llamar a Otegui “hombre de paz”; cuando “se vieron obligados” a seguir negociando con los terroristas con dos muertos sobre la mesa de negociaciones; cuando ZP “se vio obligado” a mentir al negar que seguía negociando a pesar de estar haciéndolo; cuando desde algún lugar aún por determinar del ministerio del interior “se vieron obligados” a dar aviso a los terroristas para que se dieran a la fuga que la policía iba a detenerlos; cuando “se vieron obligados” a elaborar la pérfida estrategia que elaboraron para hacer parecer legal un partido que no lo era… Todo por responsabilidad, todo porque ellos, tan cerca del Bien Absoluto, tan en su papel de un Dios al que han sustituído -de ahí quizás la aversión que manifiestan hacia la religión, otra de sus señas de identidad-, saben mucho mejor que nosotros mismos y que las propias víctimas, lo que nos conviene a todos.
Pues bien, esa tensión, y no otra cosa, es la que afloraba esas lágrimas easonenses en el momento en el que por fin, y después de haber sufrido tanto por culpa de las víctimas y de los muchos españoles intolerantes y malvados que en nuestra perfidia nos negamos a ceder ante el chantaje terrorista, se demuestra que ellos, los pesoítas, el pesoísmo zapaterita, “tenía razón”, y nada menos que Clío, la musa de la Historia en persona, viene a coronarlos en San Sebastián. Y todo porque tres tíos que ni la cara enseñan, aseguran que no van a volver a pegarle a nadie un tiro en la nuca, y que con habérselo pegado a 857 puede ser suficiente para pasar “a la segunda fase”.
Pues bien, todo esto es lo que provocó ese instante de histeria colectiva que, un buen día en San Sebastián, el pasado sábado, hizo que por los emotivos ojos de los beatíficos y bienintencionados dirigentes pesoítas, brotara rauda y descontenida la renuente lágrima reparadora que puso a cada uno en su lugar: a los buenos, ellos, a la derecha de Dios, a la derecha de sí mismos en realidad; y a los malos, las víctimas, los refractarios, en el infierno interior que provoca quedar, como han quedado, en la más ignominiosa de las evidencias.
©L.A.
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