—Entraba yo solo al restaurante. Estaba abarrotado de gente contenta, conversando animadamente. Unos esperaban en la barra a que le dieran mesa. Otros degustaban grandes platos de comida a base se carne, patatas y ensaladas. Cada vez me internaba más en los salones y reservados y el ambiente se tornaba a mi alrededor, un tanto pesado y tenso. La gente hablaba cada vez más alto, comía con más ansiedad y algunos incluso, abandonaban los cubiertos y con las manos devoraban grandes muslos de carne roja. A mi derecha unos amigos, gritaban escupiéndose unos a otros al intentar comunicarse con la boca llena, mientras un desastrado y cansado camarero, llegaba con la bandeja repleta de más carne humeante.
Algo no me gustaba en aquel ambiente. A cada momento me sentía más incómodo, más inquieto, más temeroso. Baje a un semisótano y entré en un reservado. La sala era enorme. A lo largo de la gran mesa alargada, los muchos comensales departían igualmente animados que los clientes de arriba pero, en ellos advertí otro… estilo, otro matiz. Había en ellos cierta serenidad, cierta calma. Se tocaban y parecía que tenían una gran amistad. Se respiraba confianza. La puerta se abrió y comenzaron a salir los camareros con las bandejas rebosando platos apetitosos y calientes, mientras el público profería en una unánime exclamación de alegría y aplaudía con fervor. De repente, uno de los clientes comenzó a moverse compulsivamente con espasmos violentos. Curiosamente, nadie parecía reparar en él, a excepción de alguna mujer que lo miraba de reojo, como con temor. El espasmódico, finalmente se levantó y salió corriendo como llevado por el diablo. En la mesa se produjo una cierta conmoción, alguna mirada de tristeza y un breve silencio. A continuación todos volvieron a su animación anterior y comenzaron a comer como si no hubiera pasado nada. Yo subí las escaleras para ver si divisaba al fugado y lo encontré forcejeando con una pareja, intentando quitarles su comida. Todo el restaurante estaba expectante a lo que allí ocurría y la tensión iba en aumento. Finalmente, los ánimos se desataron y todos se abalanzaron hacía aquella mesa dominados por una inusitada violencia mientras me veía arrastrado y golpeado por todos. La sensación de agobio e inseguridad me dejaban sin aliento y todos empezaron a morderse unos a otros, despedazándose en una orgía de sangre y salvajismo. En ese momento comprendí que todo lo que se servía en aquel restaurante era carne humana y… me desperté.
Daniel, el profeta que interpretó los sueños de Nabuconodosor, me había escuchado atentamente mientras paseábamos entre las palmeras y jardines de Babilonia. Dijo:
—El restaurante es el mundo, la sociedad. Todos son caníbales, comiéndose unos a otros, al principio de una forma civilizada, con una apariencia de orden y educación, pero finalmente desembocan en guerras y violencias, injusticias y abusos. Todos enemigos de todos y excitados por las pasiones desatadas. Envidias, celos, ambiciones y engreimientos los dominan.
Daniel se para y me mira directamente:
—En el semisótano está la iglesia o lo que debería ser la iglesia. También comen carne humana, pero ésta es la de Cristo, que los une de forma divina y les concede una alegría diferente a la mundana. La sirven los camareros que son los sacerdotes. El que no soporta el banquete de Cristo y sale corriendo provocando los altercados de arriba, es la persona que rechaza la Gracia de Dios y se convulsiona porque no puede sofocar sus rebeliones internas. Los cristianos comprenden y se entristecen por esa alma, pero no pueden hacer otra cosa que comer y fortalecerse, para luego, salir del reservado, subir al piso de arriba y cumplir con la misión que cada uno tenga.
Me quedo pensativo y Daniel continúa:
—Las misiones serán distintas: unos lucharan por crear paz, otros se dedicarán a curar a los heridos, otros denunciarán la insana alimentación y todos anunciarán dónde está el verdadero alimento y señalarán al piso de abajo. Para encontrar el alimento de nuestras almas siempre hay que bajar, humillarse, descender…
—Parece que en el piso de abajo hay, a veces, demasiados hombres convulsionados, e incluso, hay alguno que se equivoca y muerde al vecino. —comento algo apesadumbrado— Y lo peor, es que suben y crean confusión entre los de arriba.
—Ten confianza. No se puede hacer nada ante la libertad de los hombres. Solo podemos seguir comiendo del alimento adecuado y confiar en su poder. Tú ten ánimo y cumple con tu misión.
“¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones que luchan en vuestros miembros? ¿Codiciáis y no poseéis? Matáis. ¿Envidiáis y no podéis conseguir? Combatís y hacéis la guerra. No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones. ¡Adúlteros!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios. ¿Pensáis que la Escritura dice en vano: Tiene deseos ardientes el espíritu que él ha hecho habitar en nosotros? Más aún, da una gracia mayor; por eso dice: Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al Diablo y él huirá de vosotros” (St 4,1)
Homo homini lupus.
Dedicado a Israel, mi sacerdote-camarero favorito.