“Le presentaron un denario. Él les preguntó: ‘¿De quién son esta cara y esta inscripción?’ Le respondieron: ‘Del César’. Entonces les replicó: ‘Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios’”. (Mt 22, 20-21)
 
         
 
La pregunta hecha a Jesús, con intención de ponerle en un compromiso, acerca del pago de impuestos a los conquistadores romanos de su patria, Palestina, le dio al Señor la oportunidad de dar una respuesta que se ha convertido en un verdadero modelo de comportamiento para la actividad del cristiano en la sociedad, en la política, en los negocios, en el mundo en general. “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, dijo Cristo. O, lo que es lo mismo, Dios tiene que estar por encima de todo y por encima de todo deben estar las normas morales, pero Dios no te va a decir cómo se construye una casa, se cura una enfermedad, se cocina una comida o se administra un banco.
 
 Ahora bien, muchos, quizá por el riesgo a equivocarse, optan por retirarse del mundo, por no meterse en problemas, por no complicarse la vida. Siguen así el camino de la indiferencia y ese es, precisamente, el menos cristiano y el más peligroso. Dios por encima de todo y sirviendo de referencia a todo, pero luego somos nosotros los que, con la luz y la fuerza de Dios, debemos meternos en el mundo para transformar el mundo, para mejorar el mundo, para ser la sal y la levadura que lo hacen más habitable, más humano, más divino. No huyas de los problemas: pídele a Dios ayuda y afróntalos. Si empiezas a huir, nunca dejarás de hacerlo. La vida se te convertirá en una permanente huida, que en el fondo será una huida de ti mismo.