Cuidado que con este título no estoy en contra de desarrollar, como docente, lo más profesionalmente y realista posible, por ejemplo, la programación didáctica que planificamos con respecto a nuestros alumnos. Tampoco que dicha programación, en su fase evaluatoria sobre todo, sea lo más objetiva y justa posible, pero pienso que hay una serie de asuntos que precisar.
Lo mismo que la profesión de un educador de Infantil, Primaria o Secundaria es formar personas y no propiamente la de cuidar o guardar niños ni jóvenes, asimismo no nos puede perder el exceso de interés de objetividad por apreciar las diferencias de evaluación personal, de carácter microscópico muchas veces, que te piden al desmenuzar un mismo criterio (de evaluación), en diez (o más) indicadores que lo secuencien, progresivamente, desde el nivel de suficiente hasta el de sobresaliente.
No debiéramos ser sólo científicos que atentos al dato exacto y objetivo, por si alguien viene a reclamarnos, pudiéramos presentar todos los dinamismos de nuestro criterio evaluativo, como se pretende de nosotros. No, porque delante no tenemos un objeto, sino un sujeto que es ante todo una persona en desarrollo y sujeta a constantes cambios, no sólo de actitud sino también de predisposición, actitudes y aptitudes en posible mejora. Y lo que hoy programé para mañana para mis queridos alumnos, con muy buena intención y formación incluso (no digo yo que no) quizá pasado se haya quedado obsoleto, por lo que por mucho que lo intentemos no seremos nunca del todo objetivos, a no ser que nos olvidemos o no seamos un poco más humanos.
Tampoco debiéramos ser sólo como oficinistas inmersos en papeles de todo tipo, pues así ante cualquier imprevisto tengamos suficientes recursos para afrontar cuantas situaciones se nos presenten: leyes, documentos oficiales de todo tipo, permisos, justificaciones, fichas,… que nos tengamos que dedicar todo el día a recabar papeles que justifiquen cada paso que damos. De nuevo recordamos que nuestro papel más importante es el de ser formadores, educadores, de personas. Esas mismas personas, niños y jóvenes, son los que hacen o no importantes, necesarios o supérfluos, todos esos papeles con los que nos movemos tantas veces. Y el día que no sea así seguro que nos estaremos equivocando en algo muy importante.
Quizá, como conclusión mejor es que somos un poco de todo, pero cada función tiene su lugar, importancia y momento. No sólo hemos de ser un poco científicos y oficinistas, mejor lo justo que excesivamente, también hay muchas otras tareas que pueden resultar un poco incómodas o quizá en algunos ambientes más difíciles más necesarias, como esa que nos ponen de agente de la autoridad.
Desde hace tiempo nuestra profesión atraviesa profundas transformaciones. Para sobrevivir siempre hemos de adaptarnos, está claro. Pero yo pediría, sobre todo a los padres y madres de nuestros alumnos, que colaboremos juntos, para no cargar a nadie más de la cuenta, que no dejemos cada uno de hacer la tarea que nos toca, porque sin darnos cuenta, quizá podamos estar dejando caer el ámbito de nuestra responsabilidad educativa en manos de quien no le corresponde, y mucho menos que a nadie, ni de forma subsidiaria ni por dejadez, al propio Estado.
Como diría una persona muy querida los educadores no nos olvidemos de ser también... ¡artistas!