Vemos continuamente, y por doquier, a escala planetaria, (¿o jugando con las palabras, podría decirse también “panfletaria”?) efectos del fracaso político e ideológico de sindicatos y partidos políticos. No acabamos de aprender, pienso yo. No es descubrir el Mediterráneo decir que a la clase política actual la vemos, en general, y desde hace tiempo, con creciente desconfianza y malestar interno, en cuanto a su gestión y su comportamiento ético.
Además, la reflexión que hago a continuación la realizo motivado por una cierta conciencia de intromisión abusiva y manipuladora de los partidos políticos y sindicatos en temas y asuntos de primera necesidad (alimentación, sanidad, seguridad, educación,..) o cualquier otro aspecto clave de la cosa pública, que debieran resolverse de modo mucho más técnico o profesional que como se hace en la actualidad.
Realmente hay una hartura o indignación social, incluso de más antigüedad y calado que la que ahora más sobresale en los Medios, que de forma larvada o de rumor venimos todos diciéndonos y comentando: “es que los políticos lo que saben hacer es discutir unos con otros, apoltronarse siempre que pueden y obtener, no ya la maximización de los recursos públicos disponibles, sino directamente: su lucro personal e, incluso, familiar o de su entorno más cercano”. Y ya a nadie debiera extrañarle esta crisis que tiene tanta raíz en la decadencia ética generalizada, sobre todo, en la clase política.
Me pregunto si no hay, si no quedan ya, verdaderos profesionales gestores de lo público que miren por el bien común más que por el propio exclusivamente. No soy de los que dicen que debemos acabar en el sistema democrático, con toda la estructura en partidos políticos, pero sí modificar, por ejemplo algunos temas importantes.
No se pueden consentir ya las listas cerradas, de tal manera que al final lo que vota o decide el pueblo soberano no se parezca en nada a lo que los partidos arreglan entre sí para conseguir más votos o más poder.
No puede ser admisible por más tiempo que los partidos políticos y sus miembros se enzarcen una vez sí y otra también en luchas ideológicas, como tampoco que trasladen a la arena política causas jurídicas y se las echen en cara una y otra vez. Se pierde tiempo del verdadero trabajo profesional que les compete y para el cual les hemos votado: la defensa y solución real de los problemas, la gestión eficaz de la cosa pública.
¿Por qué no se eligen, para cargos de responsabilidad política a verdaderos técnicos, que sepan resolver las cuestiones correspondientes de sus respectivos ministerios, consejerías y responsabilidades varias y estén menos preocupados de su tiempo de permanencia en esos cargos de poder o de obtención de determinados beneficios económicos?
Aunque mi pretensión quizá parezca un tanto ilusa a escala general, es muy de agradecer cuando te topas con personas individuales, no partidos ni sindicatos en su globalidad, que saben qué y cómo tienen que hacer para que todo funcione mejor resolviendo asuntos de manera eficaz.
Cuando en alguna institución o colectivo cualquiera, normalmente no muy numeroso, ves que se trabaja profesionalmente parece que se puede volver a confiar en la inteligencia humana, en la capacidad de algunos por ejercerla teniendo en cuenta la totalidad de lo real, de sus administrados o del campo de su competencia.
¿Qué será preciso hoy en día reformar, en medio de esta crisis económica y social, en cuanto a la política actual, regenerar la clase política partiendo de la actual o reinventarnos un nuevo sistema?
No puedo confiar del todo en los que se indignan sin más, movidos por una ideología no confesada pero por todos temida y sabida como radical, sin aportar soluciones o alternativas más positivas, inteligentes y constructivas. No se puede apostar por un cambio global sin especificarlo más en soluciones alternativas concretas. Es fácil y muy cómodo quejarse, lo duro es decir no sólo qué ha de cambiar sino lo más importante, el cómo y de qué manera. Se echan de menos propuestas prácticas y realizables a medio y largo plazo.
Dos preguntas-resumen, para terminar: ¿Tendremos que esperar mucho a que se convenzan los malos políticos que no pueden, ni deben, seguir engañando a sus electores por más tiempo con sus discursos u discusiones de tres al cuarto, que a todos hacen perder tiempo, para el ejercicio profesional del trabajo para el que han sido elegidos?
Y, ¿cuándo se decidirán los escasos buenos gestores de la cosa pública a tomar mayor parte activa desde los distintos sectores de gestión e ir cambiando las cosas, antes que todo el sistema actual quiebre, no sólo en lo económico y político, sino también respecto de la confianza de sus electores, y por tanto, en lo social?