En la ciudad de Castro Urdiales, (Cantabria), tenía la Provincia Claretiana de Castilla el Colegio Barquín del Corazón de María, y otra Comunidad en San Vicente de la Barquera. Juntas, darán a la Iglesia nueve mártires, entre los 175 Sacerdotes, Religiosos y Religiosas de toda la diócesis santanderina. Por falta de testigos para el proceso, únicamente solo tres están incluidos en un proceso de beatificación. Pero estos se suman a ¡los 271 Mártires Claretianos! Cerca de Castro Urdiales estaban los mineros de varias poblaciones, que, al estallar la Guerra Civil, instalaron en el edificio del Colegio e Iglesia a unos trescientos milicianos. Los Padres y Hermanos continuaron tranquilos en casa hasta el 18 de Agosto cuando se les obligó a marchar definitivamente. A partir de ahora, vendrá la destrucción vandálica de cuanto signifique Dios e Iglesia. Aunque todos se desperdigaron para salvar sus vidas, tres misioneros claretianos serán asesinados hoy. Se trata del Hermano Félix Barrio Barrio nacido en Villafranca de Montes de Oca (Burgos), de 52 años; el Padre Isaac Carrascal Mozo, nacido en Castrillo de Don Juan (Palencia), de 40 años y el Padre Joaquín Gelada Hugas, nacido en Olot (Gerona), 54 años, todos del Colegio de Castro Urdiales. Primero se acogieron al Asilo del Sagrado Corazón, regentado por las Religiosas Siervas de Jesús, del que los Padres eran capellanes, y situado en las afueras de la ciudad. Vivían en el Asilo y se educaban en él más de cien niñas de familias obreras. El estudio, la piedad, la alegría y el bullicio inocente de las alumnas tenían allí su asiento y aseguraban una estancia feliz. Los Padres se instalaron en la caseta que el guardián y hortelano tenía en el jardín, y allí llevaban una vida tan de convento, que no faltó nunca ni un solo acto de piedad reglamentario, se guardaba el silencio con todo rigor menos en las horas habituales de recreo, no se omitió ninguna de las devociones tradicionales, y hasta se practicaron los Ejercicios Espirituales de Regla... Tan bien discurría todo, que el buen Padre Gelada exclamaba entusiasmado:
“-¡Esto sí que es vivir vida de religioso! ...Parece que estemos en la Tebaida”.
Pero llegó el día en que un miliciano, pistolón en mano, insinuaba a las religiosas:
“-Hasta ahora los de derechas eran quienes mandaban; ahora nos toca a nosotros”.
Con esta advertencia había bastante… Al fin, vino lo que tenía que venir... Los tres del Asilo se iban enterando de la suerte de sus Hermanos de las dos Comunidades, Castro Urdiales y San Vicente de la Barquera. Varios habían sido ya fusilados.
No tardaría mucho en tocarles a ellos. Y así ocurrió a media mañana del 13 de Octubre. Todo un tropel de milicianos y milicianas, armados hasta de ametralladora, irrumpen en el Asilo y ordenan la entrega de los tres: Gelada, Carrascal y Barrio. Así, con sus nombres bien especificados. Al ver el Padre Gelada que era inútil toda intentona de huida, abre la puerta de la casa, y saluda con naturalidad:
“-Buenos días, señores. ¡Y calma, calma, no hay que apurarse! Ya vamos”.
“-¡Ah, pájaros! Al fin habéis caído”.
Los tres están de pie ante la turba. Las Religiosas, arrodilladas todas, piden al Padre Gelada:
“-¡Padre, denos la bendición!”.
“-¡Padre, denos la bendición!”.
Y a pie, entre tanta gente que vocifera son los tres Misioneros conducidos al convento de las Clarisas, convertido en cárcel. Y, quién lo diría, los tres van por las calles conversando amigablemente con sus captores... Aquella misma noche eran trasladados los tres Misioneros a su Colegio donde ya les esperaba el auto que los había de conducir desde Castro Urdiales hasta la Cuesta de Jesús del Monte. En el trayecto, uno de los milicianos se entretiene en golpear bárbaramente a uno de los Padres que responde con mansedumbre:
“-Podéis matarme, pero yo no puedo renegar de mi religión”.
“-Podéis matarme, pero yo no puedo renegar de mi religión”.
Llovía. El chofer, católico convencido, pero obligado a llevar el vehículo, se tiene que detener en un paraje donde los milicianos bajan a los detenidos y mandan al conductor que siga adelante y regrese pronto. Se oyen los disparos, vuelve el chofer y ve los cadáveres tendidos en el suelo. Una Religiosa preguntaba a un miliciano en el Asilo por los Misioneros:
“-¿Aquellos tres?...”
“-¡Esos ya están en el Cielo!...”
“-¿Aquellos tres?...”
“-¡Esos ya están en el Cielo!...”
Según testigos, fueron quemados vivos en las proximidades del cementerio de Riocabo de Torrelavega.
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