Anda la militancia socialista muy confiada, esperanzada y deseosa de que precisamente por estas fechas, y desde luego en cualquier momento antes del 20-N, cuanto más cerca de él mejor, la banda de facinerosos ETA, responsable de la muerte de un millar de los mejores españoles, haga una declaración explícita (sincera nunca) de abandono de las armas y de cese de los asesinatos con los que han asolado este país desde hace ya más de cincuenta años. Creen esos militantes que la emisión y publicación de comunicado tal puede convertirse en la pieza clave que haga posible la torna de las picas, y la nueva victoria pesoíta que ancle al neozetapismo rubalcabita en el poder durante otros cuatro años por lo menos.
Curioso país el nuestro para que alguien pueda fiar sus posibilidades de éxito sobre argumento tal. Y por eso mismo, una declaración de la banda de asesinos producido en estas fechas y destinado precisamente a auxiliar al partido en el Gobierno en una situación tan delicada como aquélla en la que se halla, no sería sino la confirmación más zafia, evidente y palpable de la connivencia de intereses y la mutuo socorro que ambas organizaciones, ETA y PSOE, PSOE y ETA, han dado la impresión de estar prestándose hasta la fecha durante los últimos siete años, con episodios tan lamentables y nauseabundos como los paseítos de ciertos forajidos por las calles de San Sebastián tras presentar una dieta de adelgazamiento como si de una huelga de hambre se tratara; las elogiosas referencias de nada menos que el Presidente del Gobierno hacia personas con las manos, y el entero cuerpo, no manchadas, sino embadurnados en sangre; las negociaciones proseguidas aún con la sangre fresca sobre la mesa de dos pobres emigrantes que no habían tenido mejor idea que venir a España a procurarse una vida mejor; las togas manchadas por el polvo del camino a las que aludía un buen día el Fiscal General del Estado; las legalizaciones in extremis de los partidos filoterroristas en órganos acaparados por simpatizantes del partido en el poder; y por supuesto, y por encima de todo, el episodio más lamentable (y mira que los ha habido) de la lucha contraterrorista española: el contubernio del Bar Faisán.
Una evidencia, la de esta palpable connivencia de intereses, que en cualquier país normal, e incluso en esta misma España en otros momentos de su historia, no sólo no representaría ninguna ayuda para ningún partido político que basara en ella sus posibilidades de ganar o conservar el poder, sino que, bien al contrario, representaría el argumento definitivo para perderlo.
Pues bien, ¿saben lo que les digo? Que por lo que me da a mí en la nariz, incluso en esta España que vivimos anodina y muelle, amorfa y sin pulso, cobarde y amilanada, una declaración de la ETA en el sentido sobre el que tanto se especula, al entorno etarra y en términos electorales, puede que le beneficie, no digo que no. Pero al pesoísmo, lo que se dice al pesoísmo, y aún a pesar de lo que tantos españoles y, sobre todo, tantos militantes socialistas se creen, puede representar la puntilla definitiva que apuntale el mayor descalabro electoral de sus últimos setenta y cinco años.
©L.A.
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