La figura de Juan Pablo I ha regresado al primer plano de la actualidad con el anuncio de su próxima beatificación. Aparecen diferentes comentarios sobre su brevísimo pontificado y no son escasos quienes pretenden presentarlo como un Papa en la línea del "espíritu del Concilio" (que no en la línea del Concilio), una operación que ya hemos visto en el modo de acercarse a, por ejemplo, Juan XXIII(pero su Diario del Alma no acaba de encajar) o Pablo VI (¡lástima de la Humanae Vitae!).
Por ello mismo me ha resultado muy interesante lo que explica Americo Mascarucci en el blog de Marco Tossati (un descubrimiento que debo a un buen amigo). Se trata de la carta que el Papa había preparado, destinada a los jesuitas, y que no pudo hacer pública al morir dos días antes del encuentro previsto. Les dejo con la traducción del comentario que introduce la carta y con el texto del Papa que liquida algunas de las interpretaciones que corren estos días:
"Pero hay un aspecto que merece atención en el breve pontificado de Juan Pablo I y es la carta dirigida a la Compañía de Jesús que el Papa debía haber leído a los jesuitas dos días después de su muerte. Una carta muy dura en la que Luciani criticaba las tendencias progresistas y relativistas asumidas por la Compañía y en la que sobre todo invitaba a los jesuitas a no seguir las teorías de Karl Rahner que doblegaban a la Iglesia a la lógica del mundo y al abrazo con la masonería.
Escribía Juan Pablo I en esa carta: “No permitáis que las enseñanzas y las publicaciones de los jesuitas provoquen confusión y desorientación entre los fieles; recordad que la misión que os ha confiado el Vicario de Cristo es anunciar, de forma adaptada a la mentalidad de hoy, pero en su integridad y pureza, el mensaje cristiano, contenido en el depósito de la revelación, del que el Magisterio de la Iglesia es el auténtico intérprete. En vuestro trabajo apostólico, tened siempre presente el fin propio de la Sociedad, "instituida principalmente para la defensa y propagación de la fe y para el provecho de las almas en la vida y doctrina cristianas" (Fórmula del Instituto). Toda otra actividad debe estar subordinada a este fin espiritual y sobrenatural, que debe ejercerse de forma adecuada a un Instituto religioso y sacerdotal. Ustedes conocen y se preocupan con razón por los grandes problemas económicos y sociales que afligen hoy a la humanidad y que están tan estrechamente conectados con la vida cristiana. Pero, en la solución de estos problemas, sepan siempre distinguir las tareas de los religiosos sacerdotes de las que son propias de los laicos. Los sacerdotes deben inspirar y animar a los laicos en el cumplimiento de sus deberes, pero no deben sustituirlos, descuidando su propia tarea específica en la acción evangelizadora. Para esta acción evangelizadora, San Ignacio exige a sus hijos una sana doctrina, adquirida mediante una larga y cuidadosa preparación. No permitáis que las tendencias seculares penetren y perturben vuestras comunidades, que disipen ese ambiente de recogimiento y oración del que se nutre el apóstol y que introduzcan actitudes y comportamientos seculares que no convienen a los religiosos. El necesario contacto apostólico con el mundo no significa asimilación al mundo; al contrario, exige esa diferenciación que salvaguarda la identidad del apóstol, de modo que sea verdaderamente sal de la tierra y levadura capaz de hacer fermentar la masa. Por tanto, sed fieles a las sabias normas contenidas en vuestro Instituto; y sed igualmente fieles a las prescripciones de la Iglesia sobre la vida religiosa, el ministerio sacerdotal y las celebraciones litúrgicas, dando ejemplo de esa amorosa docilidad a "nuestra Santa Madre Iglesia Jerárquica" -como escribe San Ignacio en las "Reglas para el recto sentir con la Iglesia"- porque ella es la "verdadera esposa de Cristo, Nuestro Señor" (cf. Exerc. Esp., n. 353). Esta actitud de San Ignacio hacia la Iglesia debe ser también típica de sus hijos; y a este respecto me gusta recordar la carta del mismo Santo a San Francisco de Borja, fechada el 20 de septiembre de 1548, en la que recomendaba "Humildad y reverencia hacia nuestra Santa Madre Iglesia y a los que tienen la tarea de gobernarla" (Epist. et Instruct., 11, 236)"."