Me enteré de la muerte de Steve Jobs, casi de manera inmediata, a través de uno de sus revolucionarios “inventos”: el iPad.
Este simple hecho ya pone de manifiesto la extraordinaria aportación que este genio de la informática ha realizado al mundo de la comunicación y las tecnologías de la información. Esto resulta indiscutible para cualquiera que conozca mínimamente de qué y de quién hablamos.
Sin embargo, existe una acentuada tendencia a otorgar a personas que han sido genios en determinadas áreas profesionales, un halo también de genialidad en materias en las que no lo han acreditado. Y creo que éste es también el caso.
Lo digo porque he leído el famoso y tan elogiado discurso de Steve Jobs en la Universidad de Stanford dirigido a los recién graduados en 2005. Y, la verdad, dejando aparte el interés que despiertan las cosas personales que cuenta, su mensaje no es para admirarse. Resulta bastante corriente pues, como suele ser habitual, tiene algún acierto al plantear cuestiones pero luego ofrece respuestas francamente decepcionantes.
Por aquello de la brevedad citaré sólo un ejemplo: el fragmento del discurso en el que se refiere a la muerte, a su propia muerte. Dice:
“Recordar que voy a morir pronto es la herramienta más importante que haya encontrado para ayudarme a tomar las grandes decisiones de mi vida. Porque prácticamente todo (...) se desvanece frente a la muerte, dejando sólo lo que es verdaderamente importante”.
Como digo parece plantear bien la cuestión, pero… ¿cuáles son sus respuestas? Respuestas que además formula en forma de consejo a los jóvenes que le escuchan. Son éstas:
“Vuestro tiempo es limitado, así que no lo gastéis viviendo la vida de otro”.
“No os dejéis atrapar por el dogma que es vivir según los resultados del pensamiento de otro. No dejéis que el ruido de las opiniones de los demás ahogue vuestra propia voz interior.”
“Y lo más importante, tened el coraje de seguir a vuestro corazón y vuestra intuición.De algún modo ellos ya saben lo que realmente quieres ser. Lo demás es secundario”
Sinceramente los consejos me parecen un cúmulo de clichés sonoros imbuidos, además, de los grandes males de nuestra sociedad: el hombre como única referencia de sí mismo, el abandono de la razón a favor del sentimiento y el feroz individualismo que prescinde de la relevancia del otro. Y, por supuesto, a Dios ni nombrarlo.
No es de extrañar el consejo final a los miles de jóvenes que le escuchaban:
“Seguid hambrientos. Seguid alocados”.
Lo dicho, a mi parecer, el gurú tecnológico del siglo XXI ofrece respuestas para nuestras vidas francamente decepcionantes.
Porthos