Cuando muere un sacerdote se cierra un canal de gracia directa entre el cielo y la tierra. El sacerdocio es un don precioso de Dios a su Iglesia para llevar almas a Dios. Es la vocación dentro de la vocación, el sacerdote si no se preocupa de cuidar, atender y salvar a todos aquellos que Dios pone en su camino se pierde, se va por otros caminos; el centro de su vida es la eucaristía y ahí trae y presenta a todos lo que lleva en su corazón y se ofrece en el sacrificio de lo que es en sí misma la eucaristía.
Esta reflexión brota al ser hoy el día del aniversario en que muere un gran sacerdote carmelita descalzo, el P. Silverio de Santa Teresa. Lo conozco en profundidad gracias a otros dos modelos de sacerdotes carmelitas descalzos que lo tratan muy de cerca, los PP. Eulogio de la Virgen del Carmen y Tomás de la Cruz. Ellos también han muerto, no hace tantos años como el P. Silverio, allá por los años 50 del pasado siglo, sino hace apenas tres años. Los tres han marcado mi sacerdocio como fraile carmelita descalzo. Les debo mucho en todos los sentidos, han sido maestros y padres que han estado a mi lado y siguen estando ahora de otro modo. Los tres me ayudan y mucho a vivir con intensidad y entrega la vida sacerdotal.
El P. Silverio era de la vieja escuela, no sabía ni sospecharía nada de todos los medios técnicos de trabajo que estaban por llegar. Sus instrumentos de trabajo como historiador, escritor y superior general de la Orden del Carmelo Descalzo eran siempre un papel, un bolígrafo o pluma y un sobre. Muchas cartas manuscritas de su mano han pasado por mis manos en su archivo de Burgos. Muchas horas he disfrutado entre sus papeles inconfundibles por su caligrafía tan personal. Muchas veces lo recuerdo y estoy un rato con él en la memoria cuando me siento ante el ordenador para escribir un libro o un artículo, o entro por internet para buscar información o descargar imágenes sin tener que ir al lugar donde se encuentran. Me lo encuentro en su despacho con papel a mano, pluma en ristre y sobre preparado sobre la mesa por si hay que pedir información a un archivo, escribir una carta a una carmelita descalza o enviar un documento a algún convento de frailes carmelitas descalzos.
Esas cartas manuscritas apenas se ven hoy, sólo en contadas ocasiones, como por ejemplo entre monjas de clausura donde todavía se puede saborear esa manera de mantener viva la comunicación por este medio tan antiguo y tan vivo. En una carta escrita a mano se descubre a la persona tal cual es, se le conoce en profundidad, se expresan mejor los sentimientos, se llega con más facilidad al interior, se abre el corazón de otra manera, se deja entrever con todo detalle con quién estamos hablando.
Algo de esto me pasa cuando leo el último libro que me ha regalado mi buen amigo Raúl. En Navidad escribe un cuento breve pero intenso y lleno de contenido, Matteo. Ahora para la Cuaresma y Semana Santa nos presenta una novela muy especial, Baita. Baita es el núcleo del título, pero en realidad es más largo: Baita. Ya no te llamarán abandonada. Te llamarán mi favorita. No pretendo ni quiero revelar nada de lo que ahí se narra con una finura espiritual exquisita salvo que en la trama de esta novela nos encontramos con unas cartas manuscritas impresionantes que hacen cerrar el libro unos momentos antes de seguir con la lectura para asentar en tu corazón todo lo que ahí se pone por escrito. En la contraportada aparece un resumen perfecto y muy sintético: “Una mujer condenada a muerte. Un sacerdote. Una historia real. Profunda. Fuerte. Intensa. Vive la eucaristía como nunca antes la has vivido”. A lo ya escrito añado lo que me sale del corazón: ¡Tienes que leer Baita!
Cuando lees Baita los sentimientos se hacen presentes con toda su fuerza. Son de todo tipo, las situaciones que se describen son muy distintas entre sí. Llenan el alma de vida, de ganas de acercarte a un sacerdote, de buscar una iglesia para adorar al Santísimo, de ir no sólo los domingos a misa, sino todos los días de la semana para encontrarte con el que alimenta tu alma. Según discurren los hechos aparece la angustia, la soledad, el dolor, el sufrimiento, la tensión, la compasión, la emoción, el consuelo, la desolación, la apatía, el agotamiento, la amargura, la duda, el miedo, la indecisión, la paz, la alegría, el sosiego, la ilusión, el agradecimiento, la esperanza, el amor, la constancia, la ilusión, la tenacidad, la pasión, la sed, el perdón, la misericordia, la violencia, la inhumanidad, la incomprensión, la afabilidad, la generosidad, la condena,… y todo aquello que queda por decir para invitarte así a leer Baita esta Cuaresma o en los días de Semana Santa.
Termino de leer Baita y lo primero que hago es irme a la capilla a orar, mejor dicho, termino las últimas páginas junto al fuego siempre encendido que se halla en el sagrario. Cierro el libro. Hago silencio. Doy gracias. Pido Espíritu Santo. Me dejo llevar. Rezo. Repaso en lo interior lo leído por la tarde y al inicio de la noche: páginas escritas desde el corazón de un padre de familia para mostrar la grandeza del sacerdocio y de la eucaristía. Es de noche y no hay prisa. Estamos los dos solos. El que muere en la Cruz para salvarnos y el que escribe ahora estas líneas. Le presento a Raúl, el autor de Baita, y a la comunidad a la que pertenece, Comunidad Siervos de Cristo Vivo, y a la editorial que nace desde esta comunidad de hermanos, “Un Nombre Nuevo”, y a los sacerdotes que han ido pasando por mi vida y también a los seminaristas que tienen grandes deseos de llegar a ser un día sacerdotes de Jesucristo para siempre.
Me acuerdo de los seminaristas que he conocido en Burgos, Soria, Salamanca, Ávila, Madrid, etc. Algunos ya son sacerdotes, otros siguen el proceso de formación. Uno de Soria, José, se va a ordenar el próximo día 20. Añado de modo especial a los dos últimos que han entrado este curso en Logroño, Nacho y Diego. Todos ellos jóvenes ilusionados y abiertos al amor de Dios que ha tocado y cambiado sus corazones para dar este paso tan importante en su vida. Rezo por los seminaristas y hablo de ellos de un modo tan directo porque pronto llega el día del Seminario, el domingo después de San José.
Y volvemos a las cartas manuscritas. ¿Qué mejor regalo para un seminarista en estas fechas que recibir una carta escrita por alguien que ha leído su testimonio en una revista o ha visto un vídeo donde se presenta la vida de aquellos que un día van a ser los sacerdotes que celebren la eucaristía que es el centro de la vida de todo fiel cristiano, que administren el bautismo que abre las puertas de la Iglesia a un nuevo hijo de Dios y que confiesen los pecados que nos alejan del amor de Dios y hacerle ver con tus palabras sinceras que rezas mucho por él y que lo tienes presente cuando vas a misa o a la ermita de la Virgen de tu pueblo?
Las cartas quedan para siempre, no se pierden en una conversación telefónica por wasap, sino que pasan los años y es un gozo repasar los folios añejos de las cartas del P. Silverio con más de 100 años de historia. Las cartas muestran sentimientos que en pocos lugares y circunstancias se pueden saborear de ese modo tan íntimo y confidencial como las que se pueden leer en Baita. Las cartas dan ánimo, esperanza y confianza a los seminaristas que sueñan con llegar pronto a ser sacerdotes y poder a su vez escribir a otros jóvenes para que se lancen a descubrir la vocación sacerdotal.
Llega la fiesta de San José, la fiesta de los futuros sacerdotes y de los padres de familia. Es el momento de hacer algo por ellos: llevarlos en tu oración, leer y regalarles Baita y enviarles una carta manuscrita. Ten siempre a mano, como el P. Silverio, un papel, un bolígrafo y un sobre.