El cristianismo está en el mundo y es "su alma" según aquella imagen de la Carta a Diogneto.

 

Está en el mundo sin ser del mundo: esto conlleva un equilibrio difícil de mantener en muchas ocasiones. 

 

1. A veces, para no ceder al ambiente del mundo, se busca que la Iglesia se repliegue, lo vea todo malo y todo lo condene, y se fabrica una historia de la Iglesia "irreal", donde en el pasado todo era perfecto, y los males han surgido de pronto fruto del Concilio Vaticano II. 

 

2. Otras veces, por estar en el mundo y dialogar con él, se ha caído en una adaptación tal a los principios secularizados de la modernidad y post-modernidad, que la Iglesia se ha mundanizado. 

 

Difícil, repito, el equilibrio: ni encerrarse ni anquilosarse ni emplear lenguajes de condena, pero tampoco la asimilación y confusión con las ideas imperantes de la post-modernidad.