El libro-signo de la presencia de la Palabra de Dios en la liturgia es el Leccionario, recuperado como libro litúrgico propio por la reforma litúrgica ordenada por el Vaticano II. La Biblia no es el leccionario, porque éste implica orden y selección de las perícopas según determinados criterios.
El actual leccionario del Rito Romano, muy estudiado y sometido a crítica y revisión, es uno de los mejores de toda la historia de la liturgia, por su riqueza y variedad, siguiendo el mandato de la reforma litúrgica: "Ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia" (SC 51).
Siempre en las celebraciones litúrgicas, desde los tiempos apostólicos, se ha leído la Sagrada Escritura, a la que, poco a poco, se le iban incorporando los escritos cristianos, las memorias de los apóstoles, las cartas, los evangelios que se iban componiendo.
Al principio, el lector utilizaba el volumen entero de la Biblia y la perícopa -por lo menos su final- era indicada por el celebrante. A medida que se van fijando los usos, aparecen manuscritos que indican en el margen el principio y el final de las perícopas; luego aparecen los índices de perícopas (llamados capitularia) y, finalmente, libros que presentan los extractos bíblicos en el mismo orden de su utilización litúrgica: los Leccionarios y los Evangeliarios.
Normalmente, se hacía una lectura continua de algún libro bíblico, señalando sólo el principio y el final, para retomarlo en la siguiente celebración litúrgica. Cuando empieza a constituirse el año litúrgico y sus diversas fiestas, la lectio continua queda interrumpida, en ciertos días, por la selección de pasajes adaptados a la fiesta celebrada, como, por ejemplo, ocurría en la Semana Santa y la Pascua, que se escogían las lecturas que iluminaban el Misterio que se celebraba, ya en el s. III-IV.
Para conservar la indicación de esas perícopas o extractos de la Escritura aptos para las diversas circunstancias, se tiene necesidad de una "guía de lectura" o comes. Concretamente, se trata o bien de notas marginales en el ejemplar de la Biblia que se usa en la iglesia, o bien de una lista puesta al principio o al final del volumen, con la indicación de las primeras y últimas palabras de cada secuencia, es lo que se llama, en los países de lengua latina, como dijimos, un capitulare. Sólo más tarde aparecerán los leccionarios que reproducen, siguiendo el orden del calendario litúrgico ya fijado, los pasajes que hay que leer en la asamblea, según el día que sea.
Seguiremos con el leccionario.
Pero desde ya tendríamos que empezar por tener un respeto al leccionario en la forma de tratarlo, de conservarlo, cuidarlo... y jamás, JAMÁS, sustituir un leccionario por una biblia cualquiera (y no aprobada su traducción) o por lo vulgar de leer unas fotocopias en lugar del gran libro-signo de la Palabra de Dios.
Pero esto ya lo sabíamos, ¿no?