El tercer sacramento "social" que señala De Lubac (siguiendo el hilo de anteriores artículos) es el Gran Sacramento, el que los contiene a todos y todos conducen a él: el sacramento de la Eucaristía, donde De Lubac anticipa y resume, con suma claridad, lo que expondrá unos años después en “Corpus mysticum. La Eucaristía y la Iglesia en la edad media”.
 

 

La Eucaristía es el gran sacramento de la unidad. Es el Sacramento del Cuerpo de Cristo que se da a aquellos que forman su Cuerpo; es el Cuerpo de Cristo sacramental que se ofrece a su Cuerpo místico. ¡Recibimos lo que somos! Recibimos el Cuerpo de Cristo porque somos el Cuerpo de Cristo. Muy evocadora la cita que trae de Lubac de San Agustín -entre otras citas patrísticas- cuando el gran Doctor predicaba a los neófitos en la Vigilia pascual y su Octava: 

 

(Sermón 272 y 234).
 

La relación óntica entre Eucaristía e Iglesia, entre Cuerpo verdadero y Cuerpo místico, la desarrolla De Lubac recurriendo a la patrística y a los medievales donde se empieza a disociar este doble concepto. ¿Por qué esta disociación? Por un trasvase de significado ocurrido casi accidentalmente, místico es desplazado hacia la Iglesia y entra el concepto verdadero aplicado a la Eucaristía. No se rompe el vínculo Eucaristía e Iglesia, pero las perspectivas son otras y acaparan más la atención hasta hoy. Berengario provoca una crisis profunda al interpretar la Eucaristía simbólicamente, guiado por un sentido erróneo del concepto “místico” opuesto a “real” o “natural”. Los medievales –Pascasio, Rábano Mauro, Amalario- con argumentaciones distintas y opuestas a veces, deberán señalar con claridad la presencia real eucarística y para eso omitirán “Cuerpo místico” por “Cuerpo verdadero” y la Iglesia será llamada entonces “místico”. 

 

Se introdujo así una fractura por la que la Eucaristía pudiera “cosificarse” –y la historia da ejemplos de ello- y entenderse de modo muy devocional y privado, aislada de aquel Cuerpo que es la Iglesia, llamado siempre “verdadero”. Muchos hoy –y sería la consecuencia remota-, incluso en situaciones irregulares, o claramente apartados de la vida eclesial, quieren comulgar como un acto privadísimo e íntimo sin calcular ni las consecuencias ni la significación eclesial de la misma comunión sacramental.

 

    No obstante, en las controversias eucarísticas, todos, expliquen como sea la Eucaristía, “ (De Lubac, Catolicismo, p. 68).

 

Si se corre el peligro de considerar la liturgia y la misma Eucaristía desde perspectivas devocionales (sólo Cristo y yo y mis sentimientos de piedad), o desde los aspectos esteticistas (la estética del Barroco la única válida para la liturgia), o considerar la actuosa participatio un estorbo para mi recogimiento personal, o de signo contrario cuando se entiende la liturgia como un medio meramente pedagógico, catequético, con verborrea constante, las perspectivas eclesiales que abre la reflexión teológica de De Lubac (y otros con él), nos llevan a descubrir el sentido eclesial de la liturgia eucarística, expresada en muchos modos: