La liturgia de la Palabra sea una verdadera celebración, con entidad propia, con un desarrollo apropiado, que culmina eficazmente con la liturgia del sacramento.

 

         La liturgia de la Palabra es celebración, por tanto no es:

 

        * una mera instrucción o discurso

        * una catequesis

        * una exposición teológica

        * recuerdo de algo pasado (que nada tiene que ver con nosotros)

        * o un prólogo o preparación del sacramento.

 

 

    Es celebración:

    a) porque se va a oír la voz del Señor; la misma voz que se oyó en el Horeb, la misma voz que oyó Moisés y los profetas o la que oyeron los apóstoles cuando Jesús predicaba, se va a oír, por medio del lector, y esto provoca gozo y alegría en la Iglesia. Dios va a hablar, se va a hacer presente, y esto es celebración y fiesta.

[Cristo] Está presente también en su palabra, puesto que él mismo habla cuando se leen en la Iglesia las Sagradas Escrituras (Eucharisticum Mysterium, 9).

    b) La liturgia de la Palabra es celebración también porque Dios se va a revelar y, de nuevo, va a conducir a su Pueblo, le va a mostrar su corazón misericordioso; esta revelación de Dios, esperada durante siglos, hoy también se va a verificar en Jesucristo, Palabra eterna del Padre (cfr. Hb 1,1), que se va a hacer presente, al igual que en la asamblea, cuando se proclame la Escritura, especialmente el Evangelio.

 

    c) Y es celebración, finalmente, porque Dios, de nuevo, va a actuar y operar la salvación hoy en su Iglesia, porque lo anunciado en la Escritura, se hace vida, por el Espíritu Santo, en los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

La economía de la salvaicón, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra de Dios.

Así, la palabra de Dios, expuesta continuamente en la litugia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente para con los hombres (OLM 4).

 

    Reducir, entonces, a una moral o una instrucción o una catequesis o un discurso dirigido a la razón, o enfocar la Palabra de Dios como un deber moral o compromiso cristiano es demasiado pobre. La liturgia de la Palabra es más un "lo que Dios ha hecho por nosotros" que "lo que nosotros tenemos que hacer", es más alabanza y escucha que compromiso (el compromiso, las obras de una vida santa, serán resultado visible de la acogida en el corazón de la Palabra salvadora).

 

Hemos de recuperar el valor sagrado de la liturgia de la Palabra, su expresividad ritual; la participación plena, activa y fructuosa requiere una atención cordial a las lecturas bíblicas para que sean recibidas; necesitan del silencio orante y oyente, del canto del salmo, de la interiorización... y de buenos lectores que sepan ser el eslabón último de la Revelación en el HOY de la Iglesia.