Os adjunto este trabajo sobre San Ildefonso que publiqué hace unos años:
san_ildefonso_22.pdf (cardenaldonmarcelo.es)
SAN JUAN PABLO EN ZARAGOZA
Damos hoy un salto en la historia. Y lo hacemos para escuchar las palabras de san Juan Pablo II del 6 de noviembre de 1982. Era el primer viaje del Papa polaco a España y en Zaragoza celebra un Acto Mariano Nacional. El Papa habla de nuestro san Ildefonso. Leed despacio:
Un aspecto característico de la evangelización en España, es su profunda vinculación a la figura de María. Por medio de Ella, a través de muy diversas formas de piedad, ha llegado a muchos cristianos la luz de la fe en Cristo, Hijo de Dios y de María. ¡Y cuántos cristianos viven hoy también su comunión de fe eclesial sostenidos por la devoción a María, hecha así columna de esa fe y guía segura hacia la salvación!
Recordando esa presencia de María, no puedo menos de mencionar la importante obra de san Ildefonso de Toledo, Sobre la virginidad perpetua de Santa María, en la que expresa la fe de la Iglesia sobre este misterio. Con fórmula precisa indica:
Virgen antes de la venida del Hijo, virgen después de la generación del Hijo, virgen con el nacimiento del Hijo, virgen después de nacido el Hijo.
El hecho de que la primera gran afirmación mariana española haya consistido en una defensa de la virginidad de María, ha sido decisivo para la imagen que los españoles tienen de Ella, a quien llaman “la Virgen”, es decir, la Virgen por antonomasia.
Para iluminar la fe de los católicos españoles de hoy, los obispos de esta nación y la misma comisión episcopal para la Doctrina de la Fe recordaban el sentido realista de esta verdad de fe.
De modo virginal, “sin intervención de varón y por obra del Espíritu Santo”, María ha dado la naturaleza humana al Hijo eterno del Padre. De modo virginal ha nacido de María un cuerpo santo animado de un alma racional, al que el Verbo se ha unido hipostáticamente.
Es la fe que el Credo amplio de san Epifanio expresaba con el término “siempre Virgen”, y que el papa Pablo IV articulaba en la fórmula ternaria de virgen antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto. La misma que enseña Pablo VI: “Creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado”. La que habéis de mantener siempre en toda su amplitud.
El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción. En ello porfiaban el pueblo, los gremios, cofradías y claustros universitarios, como los de esta ciudad, de Barcelona, Alcalá, Salamanca, Granada, Baeza, Toledo, Santiago y otros. Y es lo que impulsó además a trasplantar la devoción mariana al Nuevo Mundo descubierto por España, que de ella sabe haberla recibido y que tan viva la mantiene. Tal hecho suscita aquí, en el Pilar, ecos de comunión profunda ante la patrona de la Hispanidad.
Me complace recordarlo hoy, a diez años de distancia del V centenario del descubrimiento y evangelización de América. Una cita a la que la Iglesia no puede faltar.
El papa Pablo VI escribió que “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de Él”. Ello tiene una especial aplicación en el culto mariano. Todos los motivos que encontramos en María para tributarle culto son don de Cristo, privilegios depositados en Ella por Dios, para que fuera la Madre del Verbo. Y todo el culto que le ofrecemos, redunda en gloria de Cristo, a la vez que el culto mismo a María nos conduce a Cristo.
San Ildefonso de Toledo, el más antiguo testigo de esa forma de devoción que se llama esclavitud mariana, justifica nuestra actitud de esclavos de María por la singular relación que Ella tiene con respecto a Cristo:
Por eso soy yo tu esclavo, porque mi Señor es tu hijo. Por eso tú eres mi Señora, porque tú eres la esclava de mi Señor. Por eso soy yo el esclavo de la esclava de mi Señor, porque tú has sido hecha la madre de tu Señor. Por eso he sido yo hecho esclavo, porque tú has sido hecha la madre de mi Hacedor.
Como es obvio, estas relaciones reales existentes entre Cristo y María hacen que el culto mariano tenga a Cristo como objeto último. Con toda claridad lo vio el mismo san Ildefonso:
Pues así se refiere al Señor lo que sirve a la esclava; así redunda al Hijo lo que se entrega a la Madre; así pasa al rey el honor que se rinde en servicio de la reina.
Se comprende entonces el doble destinatario del deseo que el mismo santo formula, hablando con la Santísima Virgen:
Que me concedas entregarme a Dios y a Ti, ser esclavo de tu Hijo y tuyo, servir a tu Señor y a Ti.