Quien diga que los jóvenes huimos de la música sacra, está muy equivocado. Hace poco, un buen amigo, me dijo que en Irlanda, cuando estuvo estudiando, participaba en una Misa, en la cual, la música, no estaba formada por una serie de tamborazos, sino por un ambiente litúrgico, capaz de sensibilizar a la persona en su diálogo, alegre y sincero, con Dios, a través de la celebración de la Eucaristía. Lo que ahuyenta a la juventud, no es el “Veni Creator Spiritus”, sino canciones como “El león de la tribu de Judá” (el problema no es la letra, sino el género musical). El que la Misa se celebre en la lengua de cada país o región, es un paso muy positivo, sin embargo, esto no justifica, la implementación de coros, cuyas melodías, lejos de ayudar a los creyentes, sólo los aturden, impidiéndoles vivir la esencia del sacramento. Necesitamos menos escándalo y mayor recogimiento.
No se trata de cantar, única y exclusivamente, en latín, pues existen muchos cantos valiosos en las diferentes lenguas nacionales o locales, sino de saber organizar mejor a los coros, ayudándoles a descubrir el sentido, pedagógico y espiritual, que trae consigo la liturgia en la fe de la Iglesia. Ciertamente, en muchos países, ante la falta de recursos, resulta imposible contratar a un buen coro, sin embargo, aquí no estamos hablando de músicos especializados, sino de integrar pequeños grupos, capaces de reconocer el valor de la música sacra. Por ejemplo, cada diócesis, periódicamente, podría convocar a los diferentes coros, para darles un curso muy sencillo sobre la liturgia, pues también es verdad que no siempre es posible encontrar a expertos en la materia.
Ahora bien, no tendría nada de malo, que los católicos, a nivel mundial, supiéramos cantar en latín, por lo menos, el Padre Nuestro y el Ave María, para que si en algún momento, nos tocara participar en una celebración internacional, como lo son las JMJ, pudiéramos unirnos en una misma voz. Desde luego, en el orden de prioridades, antes que lo anterior, hay que conseguir una mayor integración y conocimiento de los coros católicos, agradeciendo el apoyo de tantos jóvenes que, a lo largo de la historia, han prestado su voz y talento.
Volvamos a la raíz de la Eucaristía en el rito ordinario, descubriendo o redescubriendo el valor de la música sacra. No se trata de un concierto, sin embargo, el que se escuche un órgano, en lugar de palmas y tamborazos, facilita la comprensión y vivencia de la fracción del pan. No tenemos por qué avergonzarnos de la verdadera música católica; al contrario, es algo que vale la pena dar a conocer.