El joven Bartolomé Blanco escribió ayer una carta a su novia desde la Prisión Provincial de Jaén, era el primer día del mes de octubre de 1936. La misiva dice así:
Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte.
Estoy asistido por muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te digo que ni me asusta ni la temo.
Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto, y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme me dan la verdadera vida y al condenarme por defender siempre los altos ideales de Religión, Patria y Familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.
Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante seacrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.
¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma! No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujeres cristianas, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.
Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.
Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.
Bartolomé.
            Así que, ayer se cumplieron los 75 años de estas líneas escritas por el Beato Bartolomé. Es un documento excepcional y de increíble belleza cristiana, habla de perdón y de entrega. De amor puro y de vida eterna. Esta es la historia del joven que la ha escrito y de su martirio.
 
Beato Bartolomé Blanco Márquez
Había nacido en Pozoblanco (Córdoba) el 25 de noviembre de 1914. Huérfano desde niño, fue acogido por unos tíos suyos con los que trabajaba de sillero. Una vez abierto el colegio salesiano de Pozoblanco (septiembre de 1930), Bartolomé fue asiduo al oratorio festivo y ayudó como catequista. El director del colegio, don Antonio do Muiño, le facilitó máquina de escribir y libros, y le invitó a participar en los círculos de estudios, auténtica palestra de formación.
En 1932 se fundó en Pozoblanco la Juventud Masculina de Acción Católica, de la que fue secretario. Se interesa por la Doctrina social de la Iglesia e inicia su apostolado entre los obreros valiéndose de sus dotes como orador.
En enero de 1934, en Madrid,  Ángel Herrera Oria le facilita su participación en el Instituto Social Obrero. Esto le permite viajar junto a otros compañeros por Francia, Bélgica y Holanda para conocer de cerca las diferentes organizaciones obreras católicas. A su vuelta funda ocho sindicatos en la provincia de Córdoba.
Al iniciarse la guerra civil española, el hacía el servicio militar en Cádiz y durante una semana de permiso es detenido en Pozoblanco el 18 de agosto de 1936 por su condición de dirigente católico. En la cárcel de Pozoblanco su comportamiento fue ejemplar, donde jamás pierde la serenidad ni el buen humor.
El 24 de septiembre es trasladado a la cárcel de Jaén, en cuyo pabellón de ‘Villa Cisneros’ tuvo la suerte de coincidir con quince sacerdotes y otros muchos seglares fervorosos. En dicha cárcel fue juzgado y condenado a muerte, el día 29 de septiembre por su condición de propagandista católico. Se defendió solo ante el tribunal. En el juicio sumarísimo por el que tuvo que pasar, Bartolomé dejó constancia inequívoca de sus creencias. Tanto el juez como el secretario del tribunal no dudaron en mostrarle su admiración por las dotes personales que le adornaban y por la entereza con que profesó sus convicciones religiosas. Bartolomé oyó al fiscal solicitar en su contra la pena capital y comentó sin inmutarse que nada tenía que alegar, pues, caso de conservar la vida, seguiría la misma ejecutoria de católico militante.
Siempre se había caracterizado por confesar su fe con optimismo, elegancia y valentía. Las cartas que la víspera de morir, escribió a sus familiares y a su novia son una prueba fehaciente de ello. “Sea esta mi última voluntad: perdón, perdón y perdón; pero indulgencia, que quiero vaya acompañada de hacerles todo el bien posible. Así pues, os pido que me venguéis con la venganza del cristiano: devolviéndoles mucho bien a quienes han intentado hacerme mal”, escribía a sus tías y primos.
Sus compañeros de prisión han conservado los emotivos detalles de su salida para la muerte, con los pies descalzos, para parecerse aún más a Cristo. Al ponerle las esposas, las besó con reverencia, dejando sorprendido al guardia que se las ponía. No aceptó, según le proponían, ser fusilado de espaldas. “Quien muere por Cristo -dijo-, debe hacerlo de frente y con el pecho descubierto. ¡Viva Cristo Rey!” y cayó acribillado junto a una encina. Era el día 2 de octubre de 1936. Iba a cumplir 22 años. Sus restos descansan en la capilla de los Mártires en la iglesia de los PP.Salesianos de Pozoblanco (Córdoba).